Elecciones en Reino Unido
«Brexit» emocional
David Cameron, entre los «tories», parece sapo de otro pozo por su declinación a la democracia directa y referéndum evitables en los que se empeña bravamente por el «NO». Es comprensible que el líder británico sea tan apreciado por la cúpula burocrática del independentismo catalán aunque ésta esconda que el Reino Unido carece de Constitución escrita y el Primer Ministro está legitimado para proponer consultas territoriales si le pete, aunque eso no sea propio de un partido que se llama «conservador y unionista». Lo que no es extraño es que conservadores principales estén barajando la sustitución de Cameron sea cual fuere el resultado del «Brexit». El caso es que consultar ahora la permanencia o no del Reino Unido en la Unión Europea se produce en el peor momento posible con el parón político en el club, el aumento de sociedades euroescépticas, la inacabada crisis financiera del 2008, la ruina griega, la flotación de ultraderechas y ultraizquierdas, el terrorismo yihadista y el drama de una inmigración descontrolada. La salida sería grave porque es la segunda economía europea, y la permanencia también sería perniciosa por las concesiones que se le han hecho a Cameron, que convertirían a los británicos en unos parientes aún más diferenciados y privilegiados con los consiguientes agravios comparativos que debilitarán la utopía europea. Los daños colaterales de un «Sí» traerán quebraderos de cabeza y casi otra cartografía. Habrá que levantar una frontera convencional entre el Ulster y Eyre, entre las dos Irlandas, serán precisas aduanas permanentes en las bocas del túnel bajo el Canal, se cruzará la verja de Gibraltar con el pasaporte entre los dientes, y Escocia solicitará de nuevo su independencia porque desean pertenecer a la UE. Países ex soviéticos en la Unión, aunque fuera de la eurozona, no ven claro los beneficios de la adhesión y se colocarán en pista de salida, teniendo Austria un pie fuera, dada la potencia de su ultraderecha. Entre nosotros, los comunistas del seráfico Garzón abominan de la Unión y el euro, e Iglesias no ve la ocasión de no pagar la deuda como su admirado Tsipras que acaba de recortar las pensiones. En 1957 el RU no firmó el Tratado de Roma y esperó 16 años para integrarse rácanamente en el sueño europeo, pesando el orgullo de la singularidad isleña. Una semana de espesas nieblas cortó el tráfico aeromarítimo en el Canal y el «Times» tituló: «El Continente, aislado». Pero, como en Escocia, triunfará la permanencia.
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