Marta Robles
¿Buenas relaciones?
Ayer, cuando veía las lágrimas de rabia e impotencia de Juan Bolívar, el único espeleólogo superviviente de los tres españoles que quedaron atrapados en Marruecos, no pensé siquiera en si los accidentados hubieran debido elegir otro lugar más seguro para practicar un deporte de riesgo o si, incluso, un guía oficial en vez de uno no oficial como el que contrataron habría servido para que no hubiese víctimas mortales. En realidad, más allá de los riesgos potenciales está el destino señalando con el dedo y decidiéndolo todo. Sin embargo, la tragedia hubiera sido distinta de haberse efectuado el rescate con diligencia. Pero no. Los rescatadores llegaron a los cinco días del suceso, casi sin medios, y no se sabe si con suficientes ganas. El jefe de la expedición, Virués, había fallecido al caer al barranco y había arrastrado en su caída a José Antonio Martínez, que quedó colgado en las cuerdas a metros del suelo y con heridas en la cabeza. A los gendarmes marroquíes, a los que les faltaba maquinaria y hasta cuerdas, se les cayó al agua la camilla con la que pretendían socorrerlo. Y lo dejaron allí. Al día siguiente estaba muerto. «Yo le escuché decir que se ahogaba», contó Bolívar con la voz temblorosa, mientras los familiares y amigos se llevaban las manos a los ojos para esconder el dolor de las miradas. El agua lo mató. O quizás el frío... O tal vez fue la negligencia de las mismas autoridades que impidieron al Gobierno español ocuparse del asunto y actuaron como acostumbran: sin excesivo interés. Sin suficiente entusiasmo. Será que en Marruecos la vida vale muy poco. O que las supuestas buenas relaciones con España no sirven para nada.
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