Ramón Tamames
Canal du Midi
En el «Planeta Tierra» –que es el título de esta columna–, ha habido transformaciones formidables que nos causan asombro. Y en mi experiencia personal, el último caso de ello es el «Canal du Midi»; que enlazando con el «Lateral del Garona» (que se inicia en Burdeos para terminar en Toulouse), hace posible la navegación continental desde el Atlántico hasta el hermoso puerto mediterráneo de Sete, merced a una obra hercúlea para el tiempo en que se hizo.
Y que había sido objeto de ensoñación por varios emperadores romanos, Carlomagno, y los reyes Francisco I y Enrique IV de Francia. Pero sólo en tiempos de Luis XIV se materializó el proyecto. Merced al denodado esfuerzo del ingeniero Pierre-Paul Riquet, que recibió el decidido apoyo del gran Colbert, superministro del Rey Sol, que fue verdadero símbolo del mercantilismo político.
El récord de transporte por esos dos canales se alcanzó en 1836, con un total de 110 millones de toneladas y 100.000 personas, lo que da idea de su importancia. Hasta que a finales del siglo XIX dejó de funcionar como vía para fletes, convirtiéndose en un canal deportivo; por el que discurrieron el año pasado nada menos que 7.000 embarcaciones de todas clases.
Hace una semana tuve ocasión de navegar por el «Canal du Midi», entre dos esclusas (hay un total de 63), a la altura de la amurallada ciudad de Carcasona, apreciando la belleza del sendero del agua, con sus caminos de sirga, festoneados por inmensos árboles; y en perfecto estado de funcionamiento para disfrute de navegantes y turistas de todo el mundo.
Cuando uno ve estas cosas es inevitable preguntarse: ¿y por qué el Canal de Castilla de 201 kilómetros y más ancho que el del Midi no se convierte en uno de entre los grandes escenarios del turismo en España?
NOTA: Dedico este artículo a Guillermo Chapman Fábrega, uno de los nueve administradores del Canal de Panamá.
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