Barcelona

«Catalanólogos» en su burbuja

La Razón
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«Es que no tenéis ni idea de cómo están las cosas aquí. Hay que vivir en Cataluña para saberlo de verdad». La frase probablemente les suena en boca de conocidos que, con independencia de sus inclinaciones políticas, se ven afectados, tanto en la relación humana como en su nivel de vida, por las consecuencias de la deriva nacional-populista. Hasta ahí por comprensible, todos de acuerdo. Otra cosa, sin embargo, es la cantinela de mucho analista sobrevenido a la hora de arrogarse en clave política una superioridad tanto moral como interpretativa por el mero hecho de encontrarse a 600 kilómetros de la capital del Estado, lo que en realidad no viene a ser más que el ensimismamiento en su burbuja sin ver más allá de los límites del Ebro.

Los «catalanólogos» por empadronamiento son una entrañable especie en ámbitos como el propio periodismo y así hay que entenderlo, casi tanto como esa otra surgida con el recrudecimiento del «procés» entre informadores de medios nacionales que regresan a Madrid tras pasar veinte días en Barcelona para explicarnos, dada nuestra ceguera y lejanía, como es aquella realidad. ¡Hombre, muchas gracias por iluminar a los no viajados! Algunos pensábamos que para interpretar la situación socio-política de España incluyendo en primerísimo termino el problema catalán, lo que convenía conocer con cierta profundidad eran los resortes del Gobierno central y sus «submundos», los del Poder Legislativo y el Judicial a pie de obra gastando mucho zapato y hasta haber viajado más allá de Perpignan. También entrañables.

Yendo por delante que una muy importante mayoría de catalanes sufren de diversas maneras los quebrantos del soberanismo desbocado, convendría recalcar que también los ciudadanos de todo el resto de España padecen las consecuencias, con el agravante de que son acarreadas por personajes a los que ni siquiera han podido ni premiar ni castigar en las urnas. Todos los españoles –todos– se verán afectados por el descenso en la previsión de crecimiento económico; todos lamentan –porque a todos repercuten– las dudas que sobre el Estado y su imagen han sembrado en el exterior auténticas campañas de difamación y todos ellos desde Gata hasta Finisterre se desayunan cada mañana al asomarse a los medios de comunicación, no con los problemas de primerísimo orden relacionados con el paro, la inmigración, la seguridad ciudadana o la amenaza terrorista, sino con el «pedaleo» del desastre al que unos nefastos gobernantes y presuntos delincuentes han abocado a Cataluña. Ergo, todos nos hacemos cargo, sin necesidad de pasar por la condición de residentes, de la situación en este y en otros territorios, algunos de los cuales no tienen alta velocidad, no se les fugan grandes empresas porque sencillamente no las tienen y evidentemente ni abren «embajadas» ni subvencionan a quienes promueven la rebelión. Ergo, tras los comicios del 21 pareciendo claro que gracias a la ley electoral no gobernarán Cataluña quienes han obtenido el 53% de los votos, tampoco debería obviarse la paciencia franciscana del resto de la España damnificada y puede que desde el jueves bastante más que hastiada.