Cataluña

Cataluña, órgano vital

La Razón
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Los líderes independentistas catalanes se han creído su mentira hasta las últimas consecuencias proclamando un viernes desolador, a las tres de la tarde y para todas las televisiones, la república independiente de su casa. Han alumbrado un drama social inédito nada menos que en el Parlament, flanqueados en su golpe de Estado por una secta de alcaldes, con sus bastones de mando apuntando al cielo, luciendo lazos amarillos y sonrisas forzadas. Protagonistas de semejante cuadro de terror, el ex presidente Puigdemont y el ex vicepresidente Junqueras. Al tomar cada uno la palabra, agrandaban las falsedades de su realidad paralela y yo, entretanto, me preguntaba –seguro que tú también– cómo pueden haber llegado tan lejos unos señores que, tal y como les recordó ayer Josep Borrell, hablan solo en nombre de una parte del pueblo catalán. Cómo han podido hacernos tanto daño en tan poco tiempo.

Me duele Cataluña, lo mismo que a ti. Y me ofende pensar que, por ejemplo, Carles Puigdemont tenga más adelante una mínima posibilidad de escabullirse, exiliado, a Bruselas. (¿Daría tanto la matraca como Jordi Sánchez en Soto del Real? Vete a saber.) Me enciende recordar la inestabilidad que nos provoca este inoportuno brote de nacionalismo, después de tanto esfuerzo colectivo para superar lo peor de la crisis. Me sorprende que a tantísimos votantes de estos golpistas les haya cegado hasta tal punto el sentimiento.

En su mundo paralelo, ellos y sus ex dirigentes han celebrado, exultantes, un viernes negro de ciencia ficción. Frente al espejo, la madrastra se ha creído princesa. Inútil explicarles a estas alturas que la realidad nada que ver con la película que les transmitieron durante décadas en TV3. Menos mal que el artículo 155 protegerá al pueblo catalán del nacionalismo extremo, y que cientos de miles de personas seguirán demostrando en la calle, si hace falta, que Cataluña somos todos.

Celebraremos, espero, el fin de esta crisis en Navidad. Seremos pasto del cambio climático. Cantaremos villancicos, quizá bañándonos en la playa, mientras vemos brillar las luces de Navidad. De la misma forma asistiremos, por fin, a unas elecciones autonómicas legales, mientras se anuncian las exiliadas Freixenet y Codorníu. Y en medio de ese trance agridulce, seguiremos divisando banderas españolas desteñidas en los balcones. Y le recordaremos a toda la familia catalana que nosotros somos ellos, que ellos son nosotros. Cataluña, órgano vital español, despertaremos de este mal sueño a tu lado.