Francisco Nieva

Chueca o la música urbana

Todas las grandes capitales del mundo tienen su música propia, su ambientación sonora de carácter popular, más bien impuesta por la clase menestral.

Viena imponía su mejor carta de identidad con su machacón Danubio Azul. Que no es azul, sino de un color espurio, de sopa benéfica. En Venecia, que en un tiempo fuera austriaca, suena también el vals de las orquestinas en barcazas que transportan turistas, así como el canto solitario de los gondoleros que inspiraron a Wagner, el cual habitó por largos meses en el «palazzo» de Ca Foscari, hoy la Universidad. En «Tristan e Isolda» se transcribe tal cual ese canto solitario en la noche chapoteante de la ciudad acuática.

En la gran música se reproducen compases populares y evocadores del lugar. En el «Petruska» de Stravinski, para caracterizar la feria, suena la cantilena francesa de «Elle avait une patte en bois», y en «El sombrero de tres picos» de Falla, antes de la tormenta, se escuchan unos compases de Chueca para La canción de la Lola:

Con el capotín, tin, tin, tin,

que esta noche va a llover...

Falla lo admiraba profundamente y hasta le ayudó a orquestar algunos números, que son un dechado de música urbana, música caprichosa, pimpante y pegadiza, en la que canta el espíritu de la capital, esta vez Madrid. El estreno de «La Gran Vía», en el Teatro Felipe –barracón de moda en el parque del Retiro– constituyó un evento de lo más memorable para la música española. «La Gran Vía» es toda una lección de sociología popular. De un narcisismo del revés en la letra de sus canciones: lo feo, lo vulgar como revulsivo social, lo quevedesco, lo solanesco, lo esperpéntico... Y lo picassiano también, diría yo. La música de Chueca es picassiana, deformante y expresionista. Véase si no:

Yo soy un baile de criadas y de horteras,

a mí me gustan las cocineras,

a mis salones se disputa por venir

lo más selecto de gilí. («High life», quiere decir.)

Aquí no hay broncas

y el lenguaje es superfino,

aunque se bebe bastante vino.

Y en cuanto al traje

que se usa en sociedad,

de cualquier modo

se puede entrar.

Hay tipo que cuando bailando va

enseña la camisa por detrás,

y cocinera que entra en el salón

llenos los guantes de carbón.

Aquí se baila desde la polka al vals

cuidando de llevar bien el compás,

y al dar las vueltas con gran rapidez

¡válgame Dios, lo que se ve!

¿Qué se veía, en suma? Un calcañar o tobillo y el comienzo de una pantorrilla. O bien unos bajos más o menos limpios. Nada más. Erotismo histórico, de época. Aliciente más simbólico que realista. Como el paso menudo de la chula, tal que una japonesa con los pies vendados

Ay, ay, mire usté qué andar

Ay, ay, mire usté qué pie

Ay, si le enseño un poquito más

Ay, de seguro se esmaya usté.

El pie pequeño era todo un afrodisíaco para el varón ochocentista.

Tres cuartos de siglo más tarde, se llevaría minifalda y botas de pocero. No se hable del traje con transparencias y del «top-less» estival y playero.

Toda la grey urbana canta con Chueca. Los serenos, los guardias, muchos con acento asturiano...

- Tenemos los cuerpos tronzaus

¡Riau cataplau!

de estar en la esquina paraus.

¡Riau cataplau!

Vaya un alcalde que Dios nos ha dau,

tan diplomático y tan estirau.

Cantan los ratas, las amas de cría, los barquilleros...

Las niñeras y los soldaos

por nosotros están pirraos.

Les dan cuartos a los chiquillos

pa que se lo gasten en los barquillos.

Las niñeras: Ahora nos mandan las amas

a Recoletos con los bebés

para que tomen el fresco las criaturitas

¡arsa y olé!

Con Chueca canta, se identifica y se localiza con marchosa desvergüenza todo el pueblo bajo de la ciudad. Las aguadoras, los tarambanas, los silbantes, los calvatruenos, los chisgarabís, las que tienen que servir... Todo untado de sociología musical.

Se cuenta que, en un balneario de Biarritz, Friedrich Nietzsche escuchó con verdadero estupor la música de Chueca, harto como venía de la enfática tabarra nibelunga de Richard Wagner. Aquella música de un alegre cinismo y casi desafiante panfleto lírico. No carecía de pesquis metafísico el autor de Zaratustra para estimar «el genio-chico» de su tocayo madrileño. Para mí, Chueca significa todo un sol de notas de la musicología universal, un Picasso del pentagrama, dotado de un estro irónico y brillante, estilizado y burlón. Victoria realista, orgullosa y tonificante de la música ratonera sobre toda posible sofisticación.