Alfonso Ussía

Cibeles

La moda es una industria que mantiene muchos puestos de trabajo, y hay que respetar sus curiosidades. Estamos en la temporada de lo que fue la «Pasarela Cibeles», que no sé si aún se llama así o de otra manera, porque sinceramente no forma parte de mi pequeño mundo. Jamás he asistido a un desfile de trapos llevados por esas modelos que parecen inventadas. He visto en los periódicos y en los informativos muchos reportajes y noticias al respecto. Esos andares, esa mirada altiva, esos pechos libres, esos vestidos que se aplauden con entusiasmo para que ninguna mujer los lleve posteriormente por la calle, o acuda con ellos a una cena, o simplemente reciba en su casa con el prototipo aplaudido. Muchos de ellos son obras de arte, pero las mujeres normales, la gran mayoría, no están preparadas para cubrirse con costosas obras de arte, y eligen cubrimientos o descubrimientos más sencillos. Creo que algo hemos mejorado en lo que respecta a la anorexia de las modelos, que vuelven a ser bellísimos juncos rellenos, no cañas huecas y vacías. Demuestro con estas pequeñas pinceladas que sí me interesan los desfiles de los grandes, medianos y noveles modistas, siempre que sean mujeres las portadoras de esas creaciones que después no se compran. La sección de moda masculina me sigue produciendo recelos de cercanía. No disfruto con los modelos y desde que cumplí los dieciséis años me visto igual. Un aburrimiento de tío.

Pero nunca he estado en un desfile de moda, a pesar de que en algunas ocasiones me han invitado con insistencia. Me fijaría más en las modelos que en lo que llevan, y eso siempre se nota y es de mala educación. Como visitar la sala de Pintura Holandesa del Hermitáge de San Petersburgo y reparar tan sólo en la estética de la guía. «Aquí ''El Hijo Pródigo'' de Rembrandt, una de las joyas de nuestra colección», y ofrecer al lienzo una mirada de mera cortesía para depositar toda su intensidad, nuevamente, en los maravillosos ojos de la guía, esa obra de arte que se mueve, habla y sonríe. Porque la prodigiosa pintura de Rembrandt está perfectamente reproducida gracias a los adelantos técnicos en decenas de libros. Y sobre todo, porque al «Hijo Pródigo» de Rembrandt no se le puede invitar a cenar en «El Nido de los Nobles», y a la guía sí, y además con bastantes probabilidades de éxito. «El Nido de los Nobles», un palacete perteneciente al Príncipe Yussupov, es la meca del caviar, o mejor escrito, de los muchos y diferentes caviares rusos, y en su agradable recinto se tiene la sensación que, de un momento a otro, va a entrar la Gran Duquesa Anastasia con dieciocho años para pedirte dinero para el cine, porque el Zar se lo ha negado por sus malas notas.

Eso, que no conozco los pormenores, ni los protocolos, ni los beneficios que en los desfiles de moda se imponen, y cuando se ignora en qué consisten los «pailletes», los «peep toes», los «jaquards» y los «crochés de oro, plata o cobre», se hace inevitablemente el ridículo. Si alguien me cita en el «front row» es muy probable que lo confunda con el «backstage», y ya no tengo edad para deambular por los pasillos preguntando la ubicación del «front row», con toda seguridad repleto de «paillettes» y de «peep toes».

Lo fundamental es que se trata de la exposición de una potente industria que nos representa muy bien fuera de España. Una muestra viviente de mujeres impresionantes que llevan cosas por un día. Y gente muy entendida en las primeras filas. Este año tampoco estaré en Cibeles, o como se llame ahora. Y lo siento.