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Conspiración

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En rincones perdidos de África, donde casi todo está perdido, en remotos poblados de Asia y América, en Europa, la zamarreta azulgrana es un tesoro, seña de identidad de buen gusto balompédico. El fútbol que el Barcelona ha exportado a partir de Ronaldinho, y del arte que Xavi, Iniesta y Messi han colgado en clavos de paredes desconchadas y armarios que sólo admiten ropa de marca, es signo de distinción y orgullo, hasta que la mezcla de churras con merinas embadurna los sueños de sospechas.

Hace bien Bartomeu en defender el modelo de La Masía, donde el fútbol no es plan de estudios exclusivo. Recordaré siempre estas palabras de Fernando Hierro en un desayuno durante el Mundial de Suráfrica, cuando era director general de la Federación: «Desde las categorías inferiores de la Selección, entras en el comedor y, aunque todos los chavales visten igual, no tardas en distinguir a los del Barça, por su educación...».

A La Masía llegó Iniesta con 12 años, desde Fuentealbilla. Nunca olvidará las noches de vigilia. Messi entró en la escuela azulgrana con 13 años, coincidió con Cesc, con Piqué... Llegan niños de todo el mundo para graduarse como futbolistas y como personas, no forman parte de ese oscuro mundo de la explotación infantil. No son diamantes negros. El modelo es excelente; pero hay reglas que el Barcelona no cumple y por ello le reprenden. Y en lugar de defender su modelo, recurre una vez más a la teoría de la conspiración, a la mano blanca, y mezcla niños con las infracciones tributarias de Messi y del padre de Messi; y mezcla niños con las irregularidades en el fichaje de Neymar y del padre de Neymar. Y dimite un presidente y el cóctel explota y la culpa es del Madrid o del chachachá. Se ha empeñado en dejar de ser modelo.