Manuel Coma

Cristianos perseguidos

Vivimos en un mundo bastante más pacífico de lo que parece, en el que hay mucha más persecución religiosa de la que se nos muestra.Las guerras son siempre noticia y la universalidad y simultaneidad de la información nos las meten por los ojos, pero en relación con el número de habitantes hay hoy día muchas menos muertes en actos bélicos que en casi cualquier tiempo pasado. Por el contrario, la violencia por causas directamente religiosas en algunas zonas de este mundo es frecuente y casi sistemática, a pesar de que pueda parecer que se trata de una lacra que la humanidad ya casi ha superado, pues por diversas y poco claras razones la difusión de su conocimiento es prácticamente tabú o no suscita el interés de los consumidores de noticias.

Hay agresores y víctimas para todos los gustos, pero la mayoría de los ataques se dan en áreas musulmanas y la mayor parte de las víctimas son cristianos. Quizás les sigan cuantitativamente los atentados contra otros mahometanos de una rama minorita en el contexto en el que viven (chiitas en Pakistán o en Indonesia, bahais –una especie de herejía del chiismo– en Irán, y otros muchos casos). Se menciona de vez en cuando ataques criminales de budistas contra musulmanes en una zona de Birmania, y en la India hay agresiones de hindúes fanáticos contra islámicos y cristianos.

A escala mundial, los cristianos son el grupo religioso más perseguido, con gran diferencia. En 102 países están acosados directamente por gobiernos o por turbas de linchadores más o menos espontáneas. Entre cien y doscientos millones viven discriminados y bajo potencial amenaza de muerte y destrucción de sus instituciones y casas, con, según un cálculo, una media de una muerte violenta cada cinco minutos. Mártires no faltan, pero no parece que nos enteremos o nos importe.

Lo que actualmente está sucediendo en gran parte del mundo islámico puede considerarse la mayor persecución del cristianismo en la historia, superando las de Nerón y Diocleciano. Lo que tras siglos de manifiesta discriminación están sufriendo los coptos egipcios por obra de los hermanos musulmanes e islamistas afines, no tenía parangón desde 1321, por más que verdadera tolerancia no haya existido nunca. La «primavera árabe» les ha resultado letal, en todo su transcurso. Son como mínimo el 10% de la población, pero, como sus correligionarios por todo el Oriente Medio, abandonan su bimilenaria tierra para nunca volver.

En toda la región los cristianos representaban el 20% a comienzos del siglo XX y hoy son menos del 2% y en rápido descenso. Huyen de la barbarie a la que son sometidos, vaciando cristiandades de fundación apostólica. Últimamente las dos principales comunidades iraquíes, caldeos –católicos–, y asirios –nestorianos y autocéfalos-, ambos con el arameo como idioma ritual, encabezaban el éxodo. La guerra les resultó catastrófica. Ya han huido por lo menos la mitad, de un total de un millón y medio. Están en vías de extinción. Al Qaeda se ha cebado con ellos. La secta sincrética de los Yezidis está también siendo triturada. En Siria, las comunidades cristianas víctimas de atrocidades por parte de los rebeldes islamistas contrarios a El Ássad, les están siguiendo sus pasos.

La persecución no sólo tiene lugar en países árabes. En Pakistán es igual y en Indonesia tres cuartos de lo mismo, a pesar de una teórica tolerancia oficial. En el norte de Nigeria, de mayoría musulmana, a diferencia del sur, fanáticos islamistas de la organización Boko Haram han asesinado desde el 2009 a unos 3.600 cristianos, católicos o protestantes, y la cuenta sigue aumentando de semana en semana. En el cercano Mali, a comienzos de este año, volvimos a ver reproducirse el fenómeno, aunque, gracias a la intervención francesa, por breve tiempo. Todos estos países comparten una única característica: el islam, fuente de los actos de terror y manifiesta persecución y causa común y unificadora de todas las discriminaciones y humillaciones a las que se ven sometidos cristianos, judíos –ya muy pocos- y gentes de otras religiones, así como de ramas del islam distintas de la que domina en cada caso. Los países son muy distintos, pero la justificación que se invoca es la misma y se halla en las instrucciones coránicas sobre cómo tratar a los infieles, codificadas por Omar, el segundo califa, pocos años después de la muerte de Mahoma, es sus «Condiciones de Omar». Cualquier expresión pública de escepticismo o discrepancia respecto al libro sagrado y el profeta puede ser considerada blasfemia, punible con la pena capital. Al margen de humillantes discriminaciones legales son muy comunes los primitivos bulos de una musulmana raptada por cristianos, que desembocan en asesinatos y quema de iglesias. Recuerdan nuestras historias anticlericales de curas repartiendo caramelos envenenados a niños pobres, con los mismos resultados.

No menos impresionante que todo lo que queda dicho es el ensordecedor silencio y la apabullante indiferencia en Occidente. Si se trata de no provocar, es un tiro por la culata. Que los agredidos no tengan protectores, por lejanos que sean, es desolador para ellos y luz verde para los que agreden. Así funcionan las cosas por allí.