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La Razón
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Luis Pineda, encarcelado desde abril por liderar una trama mafiosa dedicada a la extorsión, era hasta su detención uno de los puntales del régimen corrupto andaluz. Pero no por la foto que se hizo la antevíspera en la Feria abrazadito a Susana Díaz, porque en esta infausta era de los selfis cualquiera puede retratarse en un momento dado a la vera de mismísimo Satanás, sino por sus relaciones lúbricas con Canal Sur, emblema y mascarón de proa del «chiringuitismo» juntero, obscena lavadora de conciencias, generoso abrevadero para enchufados con alma de comisarios políticos, herramienta de la más desvergonzada propaganda e inagotable sumidero de millones. Un tal Ramírez, gerifalte de la cuerda de Gaspar Zarrías, fue fulminado ayer por la dirección a resultas de unas facturas que endosaba a Pineda a través de un negocio familiar, en presunta compensación por los pingües contratos a precio fuera de mercado que la RTVA le concedía a la productora del (más que) presunto extorsionador. Apenas sería un síntoma de los pequeños cambios que se intuyen allí, donde el clan jiennense pesa cada vez más menos, porque nadie que conozca someramente las costumbres de la casa podrá sorprenderse de la rentable amistad entre los dueños de las empresas proveedoras y los responsables del ente público (o del partido al que sirve, ya que son simbióticos, casi la misma cosa), dos universos sospechosamente permeables. El directivo destituido no es más que un cortafuego, un intento por circunscribir a una persona ciertos pecados generalizados. No se trata de un caso aislado sino de un vicio que en Andalucía es inherente a la radiotelevisión pública. Ay, cuánto juego da en esta tierra la teoría de los cuatro golfos.