Alfonso Ussía

Cursilísimo

La grosería también puede ser cursi. Llevaba tiempo sin verlo en persona, en la cercanía, y puedo asegurar y aseguro, que además de zafio, Artur Mas es más cursi que los que aún dicen que les gusta «viajar en ferrocarril». Ese mentón elevado con tanto esfuerzo, esa mirada de acomplejada superioridad, ese tupé... Artur Mas, que lleva tiempo dedicado a insultar y menospreciar al resto de los españoles, se llevó puesta a Barcelona una multitudinaria lección de buena educación. Ninguno de los dos mil invitados a la recepción de los nuevos Reyes en el Palacio Real de Madrid le respondió a los insultos. Pasó casi desapercibido, en una audiencia multicolor y abrumadora –sobre todo para los Reyes–, que hubieron de terminar con los dedos de la mano derecha hinchados como percebes. Tampoco estuvo bien Urkullu, pero con matices. Me sorprendió que demostrara en público su sometimiento a Mas, porque Urkullu sí inició el gesto del aplauso en el Congreso, pero al ver la quietud perfectamente estudiada del cursilón del tupé, se abstuvo de aplaudir el gran discurso de Felipe VI.

La estética ayuda mucho en la política. Los catalanes se empaparon de estética y buena educación con su presidente Tarradellas. Descendió, en todos los sentidos, aquella estética grandiosa con Pujol. En cortesía y en centímetros. Pascual Maragall fue en mal Presidente de la Generalidad bastante bien educado, como miembro que es de una familia tradicional de la alta burguesía de Barcelona. Montilla fue un desastre, además de no ser nadie, porque el auténtico Presidente de la Generalidad de aquel tripartito nefasto fue Carod Rovira, cuyo enlace con la estética es imposible. Carod Rovira tiene aspecto de subdirector adjunto de una distribuidora de películas pornográficas. Y este hombre es cursi. La voz cursi, españolísima, no la saben interpretar ni usar una buena parte de los españoles. El cursi por excelencia es el que no se figura, ni por asomo, que lo es. Por ejemplo, Julio Anguita, que juega a Ché Guevara y le sale un cursi como un cuello de cisne. Hay cursis benéficos, como Rubén Darío o Gustavo Adolfo Bécquer, cursis asesinos, como el general Videla, y cursis transportistas, como Artur Mas. El cursi transportista es aquel que lleva detrás, allá donde vaya, un remolque con toda la cursilería transportada.

Mas es libre de no aplaudir. El joven Rey no dijo en su discurso nada que no mereciera la comprensión o la aprobación. Fueron sus palabras medidas, valientes, imparciales y esperanzadas. Dice Mas que no aplaudió porque no se refirió a España como un Estado plurinacional. Es lógico que no lo hiciera, porque España no es un Estado plurinacional, sino una Nación descentralizada que ha concedido a Cataluña el más alto nivel de autonomía de toda la Historia de la noble región mediterránea. Pero la cosa consiste en enredar. Además, el Rey no tiene poderes. Recomienda, une y advierte. Son funciones. Quien confunde las funciones con los poderes precisa de una breve lección política. La cosa es que ahí estuvo, y se marchó. Al abandonar el Palacio Real fue rodeado por un grupo de gorilas particulares. Muy tensos ellos, cuando en Madrid, el machadiano rompeolas de todas las Españas, no acostumbra a insultar a los visitantes, y menos aún si son españoles.

Pero me asombró su alarde de cursilería. Se mueve cursi, saluda cursi, habla cursi y se sube al coche cursi. No se trata de un defecto, sino de una condición individual e intransferible. A primera hora de la tarde voló a Barcelona. Pues muy bien. Por si se me olvidaba: ¡Viva el Rey!