Luis Alejandre
De Nadal a Sant Esteve
En mis Baleares, en la cristiandad mediterránea, e imagino que en muchas partes de España y de nuestra hermana América, la festividad de San Esteban está inmediatamente ligada a la de Navidad. Y la relación entre ambas fechas es sinónimo de brevedad, de escasa duración, de tiempo perecedero, efímero, fugaz y pasajero. Porque me temo que lo efímero envuelve nuestras vidas. Las redes sociales nos permiten captar mucha información, pero escasa reflexión. Se satura, a poco que nos descuidemos, todo nuestro entorno informativo y perdemos la capacidad de desbrozar, de seleccionar realmente lo que nos interesa. Y esto puede producir en nosotros desde un desaliento – «no soy capaz»– hasta la percepción falsa de la realidad. Si un «gran hermano» no se conforma sólo en conocer toda nuestra vida –lo que a mí particularmente me importa un bledo–, sino en imponer ideas o conceptos que difunde con buenas maneras pero con malas intenciones, resultará que somos juguete de intereses perversos. El sistema permite además reiterar, multiplicar, con lo que se consigue que una mentira repetida cien veces llegue a colarse como una verdad. Y aquí , en este macabro juego, caben la calumnia, la envidia, la vileza y el rencor, muchas veces camuflados bajo la capa del anonimato o del pseudónimo. Ya no estamos en tiempos de dar la cara, de apelar al honor batiéndonos frente a frente.
Las noticias siguen esta vía. Titulares de hoy pasarán desapercibidos en días, en horas. E intereses o personas podrán empujarnos a opinar, a sentir compasión, odio o vergüenza. Mientras, alguien mueve los hilos de los intereses nacionales, empresariales o simplemente particulares. Imagino que el lector supone quién financió las campañas del «nuclear, no gracias», por el que hoy aún andamos a la greña con nuestras tarifas eléctricas, mientras seguimos comprando energía nuclear a nuestra vecina Francia. Tras la decisión de controlar y desarmar todo el conglomerado de armas químicas en Siria, ¿quién está sacando ahora sustanciosa tajada económica?¿Cuánto nos costará a los europeos? También es efímero el voto. Si la esencia de la democracia es la participación, ésta se demuestra mediante el voto secreto, reflexivo, libre. El voto legitima a unos representantes, que actúan de acuerdo con un programa electoral, que intentan desarrollar. Pero se confronta todo y la calle reemplaza con demasiada frecuencia a las sedes parlamentarias. Por supuesto, debe primar el consenso, pero no siempre es posible. El ejemplo que nos ofrece Alemania estos días es –en mi opinión– envidiable. Con cifras de paro que ya quisiéramos para nosotros, son capaces de unir a sus dos grandes formaciones políticas. Quiero pensar si esto sería posible aquí, cuando nos enfrentamos a una grave crisis institucional , económica y social. ¡Ni siquiera seríamos capaces de resistir y asumir los tres meses de negociación que han necesitado Merkel y Gabriel para llegar al acuerdo final! ¡Una sola vez hablamos de un Gobierno de concentración ante la criminal ola de violencia que desencadenaba ETA en 1981, y lo prostituimos a tiros en el Congreso!
¿A qué nos lleva esto? A que un simple proyecto de ley, siguiendo el largo trance que media entre el Consejo de Ministros, el Consejo de Estado, el Senado y los dos turnos del Congreso de los Diputados, ya sea amenazado de recurso o de revocación «en cuanto nosotros gobernemos». ¿Qué confianza podemos tener en nuestro sistema? ¿Cómo quiere mejorar su valoración nuestra clase política?
De lo efímero de la gloria sobran frecuentes ejemplos. Pero sigue habiendo gente que no se lo cree y piensa que su fama es y será eterna. No saben que dependen de cómo se les necesite, de que su imagen interese a alguien. Y en cualquier momento –dependerá de segundos a lo mejor– podrá perderlo todo. Y aquí se distinguirá el hombre fuerte del débil. Poco imaginaba Iker Casillas que una lesión fortuita provocada por un compañero de equipo –tres segundos– le iba a descabalgar de la titularidad de su Real Madrid. Ha sabido resistir y es un buen ejemplo a constatar. ¿Pero cuántos, ante la menor dificultad se amparan en la droga o el alcohol incapaces de hacer frente a sus problemas?
Temo que esta brevedad, esta fugacidad, nos arrastre a la perdida de la lealtad, del honor, de la palabra dada, del compromiso, incluso del amor. Haciendo balance de un año difícil, al que sigue otro no más fácil, diría que es tiempo de sosegar, de reflexionar, de analizar, antes de prejuzgar, antes de condenar. Pero también temo que sea limitado nuestro margen de respuesta. Que nuestras actitudes y comportamientos ya estén impregnados irremisiblemente de esta brevedad. Quizás no queramos ni asumir lo efímero de nuestra propia existencia.
¡No hagamos del «Nadal a Sant Esteve» norma de nuestra vida!
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