Alfonso Ussía

Definición, no insulto

La Razón
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La señora Turrión, madre del petardo, se hallaba en la tribuna de invitados del Congreso. Iglesias Turrión lleva a su madre a todas partes, y me parece muy bien porque madre sólo hay una. Ahí el formidable colofón del poema de Rafael de León «Toíto te lo consiento»: «A la mare de mi arma/ la quiero desde la cuna./ ¡Por Dios, no me la avasalles,/ que mare no hay más que una/ y a ti te encontré en la calle!». En la política, la señora Turrión equivale en la copla a la madre de Isabel Pantoja, que no se separaba de ella en sus tiempos de joven viudedad. Sin ánimo de molestar, porque no hago otra cosa que elogiar a los hijos que no se separan de su madre y a las madres que no abandonan a sus hijos en los momentos difíciles que la vida depara, la señora Turrión, en lo que respecta a su hijo es un poco como Paloma Segrelles con su hija, siempre a su lado, siempre vigilante, siempre atenta a espantar a los moscones. El ejemplo más emocionante de las relaciones excesivas –mejor el exceso que el defecto–, de una madre con su hijo tuvo lugar en el «Embassy» de La Castellana. Él acompañaba todos los jueves a Mamá a merendar con sus amigas. Mamá se atragantó con un bizcocho y falleció. El día del entierro, su hijo, el marqués de Larana del Río, en homenaje a su madre acudió al elegante local capitalino y pidió lo mismo que Mamá merendaba en la tarde del óbito. Café con leche y bizcochitos. Enigmas del destino. El bizcocho se atravesó en la laringe del marqués, y tal como su madre, falleció. Eso es amor materno-filial. La Mamá de Iglesias no se pierde un espectáculo del niño: «Mi niño actúa hoy en el Congreso y voy a aplaudirle y a enfrentarme con quienes le dicen cosas feas, porque mi niño no le falta el respeto a nadie, que yo lo tengo muy bien educado desde que era bebé».

Menos mal que no leyó desde la distancia en los labios de Albert Rivera y Dolores de Cospedal. Sucedió que el niño de la señora Turrión no se comportó con la educación que había recibido desde que era un bebé. Estuvo faltón, grosero y violento. Y llamó «delincuentes» a muchos de los diputados allí reunidos por mandato popular. Rivera, sentado al lado de un sonriente Girauta, comentando las ocurrencias del petardo, le llamó «capullo» y «vaya gilipollas». Y Cospedal no se tapó la boca como los futbolistas, y le dijo «sinvergüenza». Me alegra que la señora Turrión no se fijara en ellos, porque de hacerlo se hubiera llevado un sofocón, que es lo mismo que un sofoco pero en más ordinario. No se comportó su hijo con la delicadeza que ella le ha recomendado desde bebé. Y no hay que interpretar lo de Rivera y Cospedal como insultos, desprecios o agravios. Fueron sintéticos en sus definiciones, y de acuerdo con las vulgaridades que había pronunciado el hijo de la señora Turrión, el concepto de la definición seca y somera es el más adecuado para establecer su auténtico valor y motivo. Un capullo, un gilipollas o un sinvergüenza lo son por tiempo efímero cuando se dicen capulladas, gilipolleces y se acude al amparo de la desvergüenza. No quiero decir con esto que el niño de la Pantoja, perdón, el hijo de la señora Turrión sea un capullo, un gilipollas y un sinvergüenza con carácter definitivo. A Einstein le dijeron «tonto» en cierta ocasión y a Einstein le importó un bledo el agravio. Por mi parte, creo que Iglesias Turrión es inteligentísimo. Defiende a la «gente», se sienta con los terroristas, se deja financiar por los tiranos, y encima, regaña.

Claro, que si durante el regaño se emiten capulladas, gilipolleces y sinvergonzonerías, su obligación es apechugar con las definiciones. Quien es nieto de un brigadista del amanecer y de un padre dedicado eventualmente a la violencia, está obligado a hablar con más cuidado y mejor educación.

Así, que ya lo sabe la señora Turrión. Una semana sin chocolate y diez días sin ir al cine. A ver si el niño reacciona y recupera la cortesía que aprendió desde bebé. Y después de cada comida, a lavarse los dientes, y sin rechistar.