Alfonso Ussía

Desmemorias

Se pueden tomar como referencia las «Memorias» de Winston Churchill y las de Manuel Azaña. Las segundas descarnadas y cotillas, pero admirablemente escritas. En España hay una cercana afición al desmemorialismo. El que fuera formidable editor de «Planeta», Rafael Borrás Betriú, intentó con notable éxito que los recuerdos y anotaciones de los políticos se reunieran en lo más parecido a unas «Memorias». Su colección «Espejo de España» fue admirable. Areilza, Fraga, Alcalá Zamora, Gil Robles, Mola, Martín Villa, Ridruejo, Sainz-Rodríguez, Serrano Suñer, Abad de Santillán, Antonio Garrigues y otros, nos dejaron sus memorias parciales, interesantes pero amputadas por sesgos, auroras boreales y vanidades. El mejor libro de «Memorias» de aquel tiempo fue el de Francisco Franco Salgado-Araujo, «Pacote», primo hermano y secretario particular de Franco, que lo retrató cruelmente a pesar de su «lealtad y profunda admiración». Un buen memorialista sobrevuela sus éxitos y fracasos, porque se considera por encima del bien y del mal, de su bien y de su mal. Nadie se atreve a retratarse a uno mismo. Para conocer a Jordi Pujol es fundamental leer las memorias de Tarradellas «Ja soc aquí», con comentarios terribles contra el jefe del clan. El libro de «Memorias» más sincero, brutal y libre que se ha escrito en España lo firmó Jesús Pombo, pero no desde la política, sino de su vida, la sociedad y la familia que le tocaron en suerte.

Estos últimos meses han sido publicados cuatro libros de «Memorias». La segunda entrega de José María Aznar –se vendieron decenas de miles del primer volumen–, y las de Zapatero, Felipe González y Solbes. Las empresas editoriales, que son muy ingenuas en algunas ocasiones, se han llevado un chasco económico importante. Los extraordinarios anticipos que han percibido los autores de esas memorias desmemoriadas –se habla de 700.000 a 1.000.000 de euros–, no han sido cubiertos por el interés del público. Hasta la fecha, y después de suntuosas presentaciones, espacios de publicidad, información generosa y entrevistas en cadenas de televisión y radio, el libro que más ha vendido no supera los 2.500 ejemplares. Por un lado, produce una cierta consternación que los recuerdos políticos de tres presidentes del Gobierno y un vicepresidente y ministro de Economía en calendas tortuosas, interesen a tan pocos ciudadanos. Del otro lado, se confirma el hastío que padecen y demuestran los españoles de la política y los políticos.

He leído las cuatro memorias desmemoriadas. Todas encierran algún secreto y tramos interesantes. En las cuatro, los autores quedan muy bien y los adversarios bastante mal. Por el estilo, intuyo que Aznar y Solbes las han escrito, Felipe González a medias y con ayuda, y a Zapatero le han buscado un «negro» que no ha sabido darle el tono ni el ritmo de interés que toda obra memorialista demanda. Ocupan los cuatro volúmenes un lugar en la más alta estantería de mi biblioteca, la que precisa de escalera para llegar a ellos, y que yo he bautizado como «la estantería de los coñazos». El que fuera ministro de Agricultura del Reino Unido, Sir Alexander Biddford, principia de esta manera sus «Memorias». «He sido un político deplorable, pero cuando me apercibí de ello, era ya demasiado tarde». Ese inicial reconocimiento no ha contagiado a nuestros memorialistas.

Y lo peor. Entre los cuatro no superan las ventas del libro de «Memorias» de Belén Esteban.