Manuel Coma
Discreta y fiel a Obama
El nombramiento de Hillary fue una bomba. Nadie pensó que la decisión de Obama fuera tan inocente como elegir a la persona que le parecía más adecuada para el puesto, según cualquier medida de idoneidad, empezando por la de fiel ejecutora de los designios internacionales del nuevo presidente. Nadie dudaba de que la decisión tenía que ser de pura política interna, incluso de ámbito puramente obámico. Tener bien cerca a una poderosa rival, neutralizar la casa Clinton, esperar que diese un traspiés... Las especulaciones fueron numerosas y alambicadas, pero ninguna sobrevivió mucho tiempo. Dejó de plantearse el tema, a diferencia de su posible intención de presentarse en el 16, que todavía tintinea quedamente.
A Obama la señora Clinton no le ha creado ningún problema, excepto en la recta de salida: el asunto de la embajada de Bengasi el pasado 11 de Septiembre, con el asesinato del embajador y otros tres americanos, a dos meses de las elecciones. La secretaria de Estado no quiso marcharse sin dar una última batalla: depurar su responsabilidad ante la comisión correspondiente del Senado. Peleó con bravura y los senadores estuvieron blandos con ella. No todo quedó suficientemente aclarado pero lo verdaderamente grave, la inicial manipulación de las noticias para ocultar los fallos de la administración en tan delicadas fechas electorales, no fue asunto suyo, aunque tampoco hiciera nada por evitarlo. Le ha costado a la delegada en Naciones Unidas, Susan Rice, más directamente implicada, la oportunidad de suceder en su cargo a Hillary, despejando el camino para Kerry. Romney no se atrevió a aprovecharlo en los debates presidenciales y los republicanos no le han sacado al asunto el jugo político que en situación inversa hubieran exprimido implacablemente los demócratas con su dominio de los grandes medios de comunicación.
Si no ha creado ningún problema a su presidente y ha sido fiel ejecutora de su política, tampoco parece que le haya resuelto grandes cosas en el exterior a su país. Al final ha resultado solamente discreta, sin dejar ninguna huella significativa de su trayectoria. Si le ha dado un toque personal a la política de retraimiento de Obama, tampoco lo ha exhibido y no resulta muy visible. Con su discreción ha conseguido amortiguar el odio que le profesaba la derecha americana, que como primera dama la consideraba una bruja que aguantaba más cínica que estoicamente las ofensas de su marido, movida por su insaciable ambición.
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