Rosetta Forner

Divino tesoro

La crisis (existencial) que asola el planeta nos está demostrando que la humanidad necesita una redefinición a todos los niveles. Ser joven, en sí mismo, no es un valor, es tan solo una etapa que hay que aprovechar para estructurar los cimientos del «yo» que queremos ser en la vida. Cuando somos jóvenes tenemos ganas de cambiar el mundo, aún somos maleables, somos un lienzo en el que se puede imaginar cualquier cosa. Lo cual es también aplicable a cualquier edad pues «nunca es tarde para ser feliz ni para ser lo mejor de uno mismo». Una sociedad que no cree en sí misma no alimenta el corazón de los jóvenes, y se carga el potencial de renovación. Cada generación cuenta con personas destinadas a darle una oportunidad al mundo. Si de jóvenes nos acostumbramos a doblegarnos, si asumimos que no hay futuro, ¿qué haremos o cómo nos sentiremos cuando tengamos cincuenta? Esponsorizarles negativamente, insistirles en que no hay trabajo, que son una generación perdida, es reventar el puente hacia el futuro, y por ese puente hemos de cruzar todos. El que, en algunos lugares, aún se considere una amenaza a la mujer, después de llevar la umanidad tantos siglos sobre la Tierra, cuenta lo poco que hemos evolucionado emocionalmente, o lo errado de nuestro proceder. Los adultos deben apoyar a los jóvenes, enseñarles, ser sus portadores de visión (ver sus talentos y animarles a desarrollar su potencial), ser sus mentores, no sus obstaculizadores. Sin presente no hay un mañana. Una juventud mal alimentada emocional e intelectualmente está abocada al fracaso, y con ella, quienes le preceden. Cada persona debe encontrar su tesoro interior y aprender a usarlo. Una sociedad sana psicológicamente da alas a sus jóvenes: cuantas más oportunidades tengan, mejor será el futuro de todos. Lo que puedas desarrollar hoy en ti, te acompañará siempre. Cambia al mundo, antes de que éste te cambie a ti, –es muy sano psicológicamente–, palabra de «coach».