Marta Robles

Dormir con el enemigo

La Razón
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La última víctima de violencia de género tenía 66 años. Su marido y presunto agresor (qué gracia me hace esto de presunto) tenía 76. ¿Qué puede llevar a una persona sin antecedentes a cometer un primer acto de violencia contra su pareja a una edad tan avanzada? Ni siquiera parece que la rutina, esa asesina silenciosa del amor y hasta de la paciencia, pueda haber sido la causante de la tragedia de este matrimonio. Aniceto e Isabel llevaban tan solo diez años juntos. Y los años corren como los galgos entre las personas que acumulan más décadas. Si realmente el hombre se hubiera quitado la vida tras la agresión se podría pensar que pretendió que ambos se evitaran el cansancio del final de la vida; pero solo se hirió, como tantos causantes de violencia machista, que parece que lo hacen más bien para justificarse de cara a la galería. Al parecer, Aniceto pudo haber atacado antes a su mujer y haber atribuido su agresión a unos delincuentes inexistentes; pero el caso es que, desde que su mujer saliera del coma, él no se apartó de su lado. ¿Tal vez esperaba el momento perfecto para matarla? Parece dramáticamente posible. Seguramente nunca conoceremos los pormenores de esta historia. Esos que nos permitirían entender qué puede oscurecer tanto un alma humana como para llevarla a matar a cualquier edad. ¿Celos? ¿Locura? ¿Intereses económicos? Ojalá se pudieran prevenir más casos de violencia machista. Pero si es difícil hacerlo cuando las circunstancias casi los anticipan, imagínense si ni la víctima sospecha que puedan producirse. Da miedo pensar que quien duerme al lado puede convertirse un día en enemigo. Y más aún saber que ocurre con tanta frecuencia.