María José Navarro

Ejercicio

Puede que, efectivamente, las comparaciones sean odiosas. Puede que sea injusto generalizar, y puede también que sacar conclusiones precipitadas sea una temeridad. Bueno, pues este es un ejercicio práctico de comparación, generalidad y certeza sin base. Espero que me lo valoren, porque estas cosas tienen su dificultad. El punto de partida lo vamos a fijar en Corea del Norte, o sea, la fetén, la divertida. Ha contado un señor que se llama Kenji Fujimoto (pseudónimo para evitar que le pasen el cuello por una Wilkinson Sword Quattro), que durante el tiempo en el que fue proveedor de sushi para la dictadura norcoreana, tuvo la oportunidad de conocer a fondo a Kim Jong-il, el encantador dictador gordito ya fallecido. Asegura Fujimoto que lo mismo se pegaba una juerga de cuatro días, que mandaba a un ejército de doscientas personas a inspeccionar grano a grano el arroz que tenía previsto comerse. Que lo mismo cambiaba de golpe a todos sus guardaespaldas porque había visto «En la línea de fuego» y lo había flipado con Clint Eastwood, que regalaba a un novio contrayente un rapado de testículos y lo llevaba a cabo personalmente. Gordito, además, era un depravado sexual que creó un cuerpo especial de jovencitas menores de dieciséis años a las que adiestró para pasarlo pipa, aunque a mí, a lo que me suenan estos señores que presumen de tantas chatis a su servicio, así en general, es que mueren por un escenario y una bata de cola. Como bien podría decir su hijo, Kim Jong-Un, tiene que haber de todo: a unos les encanta la libertad y a otros el pelotazo de media tarde. Aquí compaginamos. Para que se quejen Vds. de vida, so demócratas.