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Los puntos sobre las íes
Miedo a hablar de Sánchez
Sánchez tiene una miaja de razón cuando advierte que Franco sigue vivo. Le basta con mirarse al espejo
Una de las peores herencias del franquismo, que entronca con el caciquismo, fue el asentamiento en el ADN de los españoles de un respeto reverencial al poder que perdura a día de hoy. Nadie osaba decir nada malo del autodenominado «Caudillo de España por la gracia de Dios». Sólo se podía hablar bien. Hacer lo contrario se pagaba con la cárcel. El respeto reverencial a Franco, a «Doña Carmen», que es como servilmente llamaban los medios a la mujer del dictador, y a Carmencita era total. Todo lo hacían bien. Los baños de masas en esos veranos donostiarras de Azor y Ayete nada tenían que envidiar a los de Kim Jong-un. Eran los más altos del mundo, pese a no ser precisamente ninguno Pau Gasol, los más guapos, aunque evidentemente no hubieran ganado ni Mister ni Miss Universo, y los más listos del orbe. La unanimidad, fingida o no, era total. Afortunadamente, muchas cosas han cambiado desde la reinstauración de la democracia. Hay elecciones democráticas, libertad de movimientos, expresión y asociación, separación de poderes –menguante, eso sí– y un Estado de Derecho que de momento aguanta las embestidas del autócrata. Lo que no sólo no ha desaparecido sino que permanece prácticamente intacto es el pánico cerval al vértice de la pirámide ejecutiva. A Don Felipe no le hace falta meter miedo en el cuerpo al personal para ganarse el respeto porque atesora carisma en cantidades industriales. Ese hombre enamorado que es Sánchez ha elevado a la enésima potencia una tradición que se mantuvo incólume con González, Aznar y en menor medida con Zapatero y Rajoy. El socio y marido de Begoña Gómez se comporta como un matoncete pero, aunque fuera el tío más simpático del mundo, modelo ZP, que no lo es, daría igual porque todos le reverenciarían como si de Jesucristo redivivo se tratara. Esta reflexión viene a cuento del canguelo que ha sobrevenido a buena parte de los medios, comprados o no, a cuenta de las fechorías de la mujer de Romeo Sánchez. Muchos han callado sistemáticamente y sólo han hablado remando a favor de obra cuando, en medio del secreto del sumario, Marlaska filtró al diario gubernamental El País un informe de la UCO tan preliminar como sesgado que no aprecia delito alguno. Lo cual es sencillamente de coña porque hay partido, ya se lo digo yo. El culmen de la sumisión miedica al poder llegó el jueves antepasado cuando Okdiario desveló en rigurosa primicia la condición de «investigada» de Julieta Gómez, lo que toda la vida de Dios se dio en llamar «imputada». Nos limitamos a leer lo que apuntaban literalmente una diligencia y una providencia del juez instructor, Juan Carlos Peinado, que llegaron a nuestras manos. Leguleyos de mierda nos negaron la mayor y la inmensa mayoría de la profesión calló como putos. El miércoles se levantó el secreto del sumario certificándose, más allá de toda duda razonable, que la interfecta ostenta la condición de «investigada» desde antes incluso de esa otra farsa que fue el acueducto de reflexión de su maridito. Ya todos entraron en la polémica, muchos de ellos cumpliendo con la deontológica obligación de citar a Okdiario, con una ominosa excepción que confirma la regla: El País, que no dio una sola línea en portada ni en páginas interiores. Con un par. Claro que en este caso se trató de un pavor diferente: el pavor a perder el maná de decenas de millones públicos que evitan el default práctico de una empresa en default técnico. Sánchez tiene una miaja de razón cuando advierte que Franco sigue vivo. Le basta con mirarse al espejo.
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