Francisco Nieva

El amigo cutre

La Razón
La RazónLa Razón

Existe una cultura de lo cutre, que no es lo chulesco capitalino, sino lo provinciano y pueblerino. Yo terminé siendo muy amigo de un tipo muy cutre, que se complacía mucho en su cutrerío y se mostraba muy orgulloso de pertenecer a la gran familia cutre asentada en Madrid. Se vestía con prendas que encontraba en el Rastro y se las ajustaba una vecina después de llevarlas al tinte. También existe un dandismo cutre, con un cultura fascicular, de Kiosco, y se reconocen perfectamente entre ellos, se protegen y asisten muy bien, con particulares consignas cutres. Para sentirse libre y sin escrúpulos hay que pertenecer a la gran familia cutre de la gran ciudad, bien aceptado y comprendido por una mayoría tutelar. Se puede prosperar mucho al abrigo de lo cutre, incluso hacer fortuna y entrar en política, tener seguidores y votantes, llegar a ser empresario de espectáculos cutres, hacer vanguardismo cutre, patriotismo cutre y hasta misticismo cutre. Hay que tener un amigo cutre, que nos sepa bien iniciar a la cutrería victoriosa. Mi amigo llevaba una vida de príncipe cutre siendo bululú. Hacía espectáculos de marionetas en el teatrillo infantil del Retiro y terminó por encargarme una función. Oportunamente, me acordé de Alfred Jarry y me despaché con una piececita cuyo título era «Aventurillas menudillas de un hijillo de puta», que se representó con sus marionetas y tuvo un éxito entre la chiquillería cutre del castizo Madrid y de la que ha llegado a ocuparse una crítica de lo más sofisticada, lo cual demuestra lo altamente creador de lo pernicioso, execrable y bajuno de la vida civil. De la fecundidad de la ciénaga, lo delecto y apasionante de la pecaminosidad humana, hervidero de sensaciones inéditas y originales. Las malas artes también son artes que nos merecen atención, estudio y desarrollo. Sade, Leautreamont, Apollinaire y muchos más –entre ellos, yo– jalonan la más alta cultura occidental, en la que la degeneración se convierte en categoría y calidad. Aceptémoslo con resignación como aceptamos el calentamiento infernal de nuestro mundo. Al calor de lo cutre, en general, se va fundiendo nuestra moral en la globalización, en el todo y la nada, hacia un apocalipsis cutre, como la mayor condenación. Se nos echan encima los cuatro jinetes de la cutrería. En política, en estética, en el periodismo, en la moda, en la filosofía, en la arquitectura, la pintura, la música, la informática; hasta en nuestras relaciones afectivas y en toda demostración de vida, en el infierno cutre y satisfecho de sí mismo que hemos aceptado como un privilegio y un don, en nuestra permanencia en el mundo, en la evolución de la civilización misma y en la maldita decadencia universal. Vaya por delante mi más sentido pésame.