Alfonso Ussía

El decapitado

La Razón
La RazónLa Razón

Un monumento ecuestre decapitado puede representar a cualquier jinete. Como mucho, se puede interpretar como un homenaje al caballo. Se dice que la cabeza ausente del monumento que la Colau desea exponer en Barcelona era la del general Franco. Cuando fue retirada de los espacios públicos y arrinconada en un almacén municipal, alguien con llave autorizada, se llevó a su casa la cabeza. Registren en el hogar de los Pujol. Jordi Pujol cumplió el Servicio Militar en las Milicias Universitarias, y lució la estrella de seis puntas de los alféreces. Se adaptó con entusiasmo a la vida castrense, y a punto estuvo de cursar un año complementario en la Academia Militar de Zaragoza para conseguir su despacho de teniente. Hay documentos que muestran al bizarro alférez Pujol luciendo su uniforme de oficial del Ejército de Tierra con sus altas y lustradas botas de la uniformidad de gala. Pujol sólo ha conocido dos cotas de altura considerable en su vida. Su codicia y sus botas, las segundas infinitamente más decentes y honestas. Fue aquel un período de intensas reflexiones y dudas de futuro, pero del alférez Pujol no hay manchas ni reservas en su brillante y breve expediente militar. Podría haber conspirado contra Franco desde el cuartel, pero eligió la lealtad al Caudillo de los buenos alféreces universitarios. Una lástima esa elección errada. De haber permanecido en el Ejército, el honor, la decencia militar y el ejemplo de sus compañeros le habrían ayudado a no alargar la mano que se lleva lo que no es suyo. Y hoy sería un respetado general en la reserva y no el presumible jefe de una banda familiar al que los jueces temen con desapacible temblor. Entre la riqueza y el honor, el alférez Pujol tomó la primera senda. Pero esa cabeza de bronce de Franco, puede estar en su casa, en la de Prenafeta o en el despacho de Javier Godó, que en Cataluña todo es posible.

Tanto, que el primer teniente de Alcalde de Barcelona, que no es catalán sino argentino, el peronista Pisarello, se ha mostrado feliz por la idea de la Colau de exponer la figura ecuestre del decapitado. Un gran empresario argentino, trabajador y bienhechor de bastantes vagos, me regaló una definición del peronismo, que no por ser un juicio de valor consecuente con su experiencia, merece ser despreciado. «El peronismo es la reunión de cuatro tipos de argentinos. Los tontos, los comunistas, los ladrones y los que no tienen inconveniente en ser las tres cosas simultáneamente». Habría que añadir el subgrupo de desagradecidos. Pisarello encontró cobijo en España y agradeció la hospitalidad humillando a la Bandera de la Nación que le hospedó desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona. Y Pisarello ha olvidado que el jinete sin cabeza del monumento que desea exponer, fue un generoso anfitrión del General Perón y una buena parte de su tropa de golfos, durante decenios .

Cuando, fallecida Evita, Perón fue acosado por su inconmensurable fortuna personal –lo que ahora le sucede a la señora Fernández, viuda de Kirchner–, el fundador del justicialismo populista que derivó en montonerismo terrorista, se refugió en España, donde adquirió una preciosa casa en Puerta de Hierro. Y con él llegaron el «Brujo», el moreno Jorge Antonio, y demás millonarios peronistas que dieron mucho juego y vida al dinero que habían robado a los argentinos. Y Franco respetó a Perón, al que mantuvo en España como huésped distinguido, salvando las distancias del trato habitual. –Excelencia, evite las visitas del General Perón al Pardo, porque éste, en un momento, nos deja sin los ceniceros de plata y el brazo incorrupto de Santa Teresa». Y Franco hizo caso al buen consejero. Perón, bien cuidado y tratado en España, pero sin confianzas.

Pisarello no ha agradecido al jinete en bronce sin cabeza la hospitalidad que Franco brindó a Perón, librando al justicialista ladrón de la justicia argentina. Y no dejo de pensar que en este caso, los de ERC y la CUP pueden tener razón. Que en el fondo, la exposición del monumento ecuestre con la cabeza robada, conlleva un poso de admiración hacia el decapitado en bronce. Y lo que es peor. Es una muestra de la cobardía nacionalista y separatista de Cataluña. Lo que nadie se atrevió a intentar en vida del jinete, se lleva a cabo en una materia que no es humana. Vengarse de una estatua de bronce es, además de una majadería digna de la Colau, una acción propia de gallinas. Felipe González, que respetó la Historia pasada como una realidad irremediable, despreció a quienes intentaron descabalgar a Franco veinte años después de su muerte. «Que lo hubieran intentado en vida, pero no hubo huevos».

El episodio, por otra parte, no carece de elementos de diversión.

La Colau, por su valiente determinación, merece la Gran Cruz de San Jorge, «Sant Jordi» en su versión autonómica.