Manuel Coma

El doble drama americano

La Razón
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Violencia social, locura, maldad, derecho a portar armas (segunda enmienda) y, racismo, como en este caso, el de las nueve víctimas negras en una iglesia de Charleston, saltan a la palestra pública con trágica periodicidad, cada dos o tres años. Cada vez que esto ocurre Estados Unidos se ve sacudido hasta sus raíces por el dolor, la indignación, la rabia, el desconcierto, la impotencia, y se somete a un ejercicio de introspección, a un lacerante examen de conciencia y atribución de culpabilidades, de búsqueda de causas, de develación de soterrados prejuicios, en que cada uno ve con mucha más claridad los ajenos que los propios. Tanta literatura se ha generado que parece que todo estuviera dicho, y sin embargo, abundan las sentidas lamentaciones por los despóticos tabúes que impiden plantear en este país temas decisivos o discrepar de esa férrea ortodoxia conocida por el eufemismo de «corrección política».

En ocasiones el móvil del sembrador de muertes son frustraciones tan personales, y él mismo es tan psicológicamente desquiciado, que todo gira en torno a la insania y a la presencia del mal, cuya realidad nos recuerdan estos hechos, y contra los que el poder de la Ley bien poco puede hacer. Se trata entonces del fracaso de la prevención, a pesar de que algunos síntomas eran obvios para quienes lo conocían. Suelen ser tipos solitarios, aislados por sus propias perturbaciones, y las posibilidades de adelantarse a sus macabros planes son mínimas. En el caso de Roof, el vesánico asesino de 21 años en la más antigua ciudad de Carolina del Sur, ya han empezado a aparecer algunos de esos rasgos.

Siempre es cuestión la facilidad con la que se pueden adquirir armas en los Estados Unidos y su defensa por el, quizás, más poderoso «lobby americano», la Asociación Nacional del Rifle, es decir, propietarios de armas. Obama, una vez más, no ha dejado de mencionarlo, así como la exagerada frecuencia de estas tragedias en el país. La facilidad no es ya tan grande como nos la suele pintar Hollywood, y Carolina del Sur es uno de los estados con leyes más restrictivas. El derecho a poseer armas es constitucional y tiene en el país connotaciones civilizacionales. Una vez más sus defensores señalan que el crimen, como tantos otros similares, se produjo en un lugar libre de armas. ¿Cómo podrían haber sido las cosas si alguien hubiera tenido una para defenderse contra el agresor, que cargó al menos cinco veces la suya? Tampoco otros países civilizados son ajenos a asesinatos masivos y el récord mundial de víctimas de una orgía de disparos los tiene el noruego Breivik en el 2011, contra adolescentes en un campamento juvenil.

Pero lo que lo cambia y arrasa todo es la componente racista. Una vez más, todos los fantasmas de la historia de Estados Unidos han vuelto a salir, lo que dobla la naturaleza y la intensidad del drama nacional.