José Antonio Álvarez Gundín

El Erasmus del empleo

Aunque como caballero andante del socialismo europeo ha sido torpe y desmañado, un «souflé» bajo en calorías, hay que reconocerle a François Hollande cierta bizarría a la hora de sostenerle el ademán a Angela Merkel. A Rajoy eso le conviene y a nada que persevere el francés en el empeño, no habría inconveniente en premiar el esfuezo con un Toisón de Oro como el de Sarkozy. Que habremos de ir de la mano de Francia para arrancar de Bruselas algo más que ayunos y abstinencias nadie lo pone en duda. Si, además, Hollande propone recetas e iniciativas que ayuden a los jóvenes a encontrar empleo, miel sobre «cruasán». Como, por ejemplo, potenciar el programa Erasmus en el campo de las prácticas en empresas, de modo que se fomente un verdadero trasiego laboral de jóvenes entre los países de la UE. El Erasmus ha sido uno de los grandes éxitos del proyecto europeo, una idea luminosa que para los universitarios españoles supuso un salto cualitativo sin precedentes. Gracias a él, España cuenta hoy con la generación más europeísta de su historia, además de la más adiestrada en idiomas. Con un precedente así, cabría albergar muchas esperanzas sobre un Erasmus laboral y su capacidad para movilizar a miles de jóvenes sin empleo, sobre todo si se le dota de fondos suficientes y de mecanismos ágiles. En Alemania hay un millón de empleos esperando a que jóvenes en paro, empezando por los españoles, se sacudan la desesperanza, se armen de coraje y se lancen sobre ellos con la fe de quien conquista su propio futuro. La respuesta para las nuevas generaciones está en Europa y se equivoca quien la busque en un mercado laboral fragmentado en 17 autonomías, cada cual con sus leyes y sus castas locales que en estos 30 años han fomentado un inmovilismo de boina y aldea.