Joaquín Marco

El factor tiempo

El factor tiempo
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Últimamente se oye hablar mucho del factor tiempo y hasta los políticos hacen gala de administrar sus tiempos. Desde que el ser humano comenzó a pensar, el tiempo ha sido una de sus preocupaciones casi obsesivas. Intenta medirlo, lo observa como intrínseco y ajeno. Se sirve de instrumentos cada vez más precisos para medirlo, pero acaba siendo su víctima. Ya Aristóteles lo consideraba como «el número (medida) del movimiento según lo antes y lo después». Hemos avanzado mucho desde los clásicos, pero coincidiendo con los fenómenos naturales Occidente y Oriente, con medidas distintas, se inventan los años. Acabamos aquí con uno más y muchos, algunos amigos, no han podido ni siquiera celebrar la llegada del que viene a sumar. La vida, pese a su prolongación temporal, sigue pareciéndonos breve. 2014 ha desaparecido ya en lo que denominamos pasado y ha entrado en la brumosa y discutible historia. No dejó buenos recuerdos ni anticipó agradables noticias. Nos dejó casi como estábamos, tal vez con un leve deje de esperanza futura. El propio Presidente de Gobierno se mostró optimista con el que acaba de llegar, aunque manifestó ciertas dudas y reparos. Pero éste será electoral y hay que esgrimir signos positivos. Seguimos soportando una crisis que es, a la vez, global, continental, nacional y hasta local. Pero todo hace suponer que este nuevo año traerá sorpresas y, sin duda, también decepciones colectivas. Es un recién nacido año de elecciones, en el que podremos comprobar si es cierto el fin del bipartidismo y si las nuevas fuerzas políticas que emergen son capaces de producir cambios sustanciales en un sistema que se califica de caduco, aunque tantos consideraron, en su momento, el fiel de la balanza que nos introducía en la democracia. Ya hemos votado muchas veces con esta Constitución y hemos podido comprobar que el sistema en el que se asienta nuestra vida colectiva no puede reducirse a depositar periódicamente una papeleta en una urna. Miraremos de nuevo hacia Grecia.

El tiempo que ha de llegar nos propone alguna esperanza, porque el pasado no deja de ser un testimonio de lo que ya no tiene remedio. Hay quienes viven rememorando lo que creyeron vivir y se engañan a sí mismos. La memoria es historia, la suma de las vivencias de cuantos nos precedieron, y la propia. Pero uno no puede vivir anclado en el ayer, aunque convenga retenerlo y hasta enmendarlo si ello fuera posible. Los pensadores del pasado siglo reflexionaron sobre la naturaleza del tiempo, un factor que supera la Humanidad y se adentra en las incógnitas de la física hasta alcanzar los orígenes de nuestro Universo. Bergson, que se ocupó del tema consideró «la duración (durée) real, frente al tiempo físico, como el dato fundamental de la conciencia». Cuando iniciamos un nuevo calendario tenemos la sensación de abrir un capítulo, de emprender otro curso. Todo parece posible y uno se promete cambios sustanciales, aunque en su inconsciente sabe que no va a poder realizarlos. El tiempo define nuestra pequeña historia en el conjunto de una suma infinita. Escribimos, sin reconocerlo, nuestra propia novela no exenta de imaginación. Sus episodios o capítulos son más o menos vulgares y tampoco acaban de satisfacernos. Pero están a merced del tiempo que nos tocó vivir. Si formamos parte de la legión de parados, que constituyen el segmento más débil y dramático de nuestra sociedad, dudaremos no sin razón de que el fenómeno no es pasajero, cosa de poco tiempo, aunque este año augure crecimiento y hasta despegue. Así lo proclaman y desean nuestros dirigentes, apuntando que nos hemos convertido en el asombro de Europa entera. Ya será menos. Pero el resto del mundo es ancho, aunque no ajeno, como lo era antes. 2015, cifra occidental, para una minoría seguirá siendo tan favorable como lo fue el año anterior. El transcurso del tiempo para algunos carece de importancia y cualquier cambio se entiende como parte de un peligro que conviene evitar. Esta minoría privilegiada parece ajena al paso de la historia, aunque tan sólo lo parezca. Deberá soportar también, condición humana, las inclemencias de cualquier vida, teñida de circunstancias adversas y la degradación que supone el natural envejecimiento y sus achaques. Heidegger, a quien tanto admiró Antonio Machado, el poeta del tiempo, lo concibió como el horizonte adecuado para la comprensión del hombre. Surge de la originalidad temporal del «Dasein». Pasado, presente y futuro se entienden como «tres éxtasis temporales». El «Dasein» en cada instante es afectado por lo «ya dado» que está en el presente y se proyecta hacia el futuro. En paralelo, se desarrolla la teoría de la relatividad. Desecha las nociones clásicas del tiempo y defiende un continuo de cuatro parámetros. Hoy éstos ya han aumentado de forma prodigiosa. El tiempo se convertiría, de este modo, en otra dimensión. Nunca, como en el pasado siglo, los pensadores se habían enfrentado desde tantas perspectivas al análisis que tan a menudo se nos antoja trivial. Al fin y al cabo, no somos otra cosa que un tiempo en un espacio. Los pensadores de nuestro tiempo han ido regresando a la relatividad del fenómeno temporal, a la vieja idea kantiana de la “forma a priori de la sensibilidad”. Cuando nos alcanza el año nuevo despertamos en otro artificio. Pero, ya que se da en diversas civilizaciones, hay que admitir su sentido práctico. De algún modo hemos de contabilizar nuestra propia limitación temporal. Los días que seguirán, como ya apuntábamos, no van a estar exentos de vacilaciones, de miedos y hasta de angustias. No van a alcanzarnos a todos. Y habrá que tomar lo que nos llegue con tranquilidad y, a ser posible, con cierta ironía, si no con sentido del humor. Puede ser que quienes nos venden la idea de que en 2016 todo será ya distinto exageren. Restan siempre presentes aquellas palabras del Conde de Lampedusa: «cambiarlo todo para que nada cambie». ¿Vieja o nueva política?, como se preguntaba Ortega. En todo caso, políticas en función de los tiempos. Los vivimos no exentos de paradojas. Casi de puntillas, los EE.UU. abandonan, en teoría, Afganistán, un país que casi no tiene remedio. Y los griegos, ya no clásicos, amenazan la estabilidad del euro. Pretenden plantar cara a la Alemania conservadora y animan a Podemos. Los desastres del mundo árabe poco van a cambiar. Su tiempo es otro. Pero todo ello no puede impedirme desear a los lectores mis mejores deseos para su nuevo tiempo.