Ciencia
El instinto
Me quedo con la etimología de la palabra: Del latín. «instinctus», impulso, inspiración. Me quedo con la convicción de que hemos de recuperar esa espiritualidad que viene de nuestro animal interior. Ese impulso sincero que, cuando el ser humano es libre, se equilibra, se autorregula y nos protege del mal.
Desde hace años sólo puedo amar sin reservas a los bebés y a los animales. Ellos me infunden lo mejor de la vida y creo que sé por qué. Es porque son auténticos. Hay algunos adultos que también conservan el instinto, o lo han recuperado después de un largo viaje por el sufrimiento y la humildad. A esos también los percibo y también ablandan mi corazón, más duro de lo que quisiera. Lo que ocurre es que nosotros, los humanos adultos, sin darnos apenas cuenta podemos caer de nuevo en la banalidad, en el ego, en la intelectualidad rampante. Con la educación que nos han dado es difícil quitarse ese tirano de dentro. Ese tirano que se nos instala en el centro del centro y nos va exigiendo cómo debemos ser, qué debemos hacer, cuándo y de qué manera. Ese tirano patriarcal que nos niega las emociones intensas y la belleza de la creación. Nuestra estructura social no confía en el ser humano. Por eso, desde que nacemos, nos conducen por el camino de la mente, del no ser, de la idiotez. Y nuestro pobre idiota, vacío de amor y de-sesperado, consume, quiere comerse a los otros, quiere tener. Tener para llenar ese hueco doloroso. Ante esto sólo nos queda hacer un camino a la inversa hasta llegar a ser criaturas. Hasta poder recobrar el instinto. Y guiarse por él. Con el corazón del que no quiere hacer daño.
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