Iñaki Zaragüeta
El Lazarillo Blázquez
Me pregunto en qué obra de la rica y prolija literatura sobre la picaresca española podría encuadrarse el episodio protagonizado por este audaz catellonense, que ha burlado toda una parafernalia pseudohistórica y birlado su seña más emblemática. Por cierto, la de una Comunidad que, según la documentación secular, no pasó de ser un Principado bajo el poder del soberano de la Corona de Aragón. Quizás el anónimo autor de «La vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades», previó ya historietas como la que nos ocupa.
Ni todo un presidente de la Generalitat de Cataluña, ni su dueño y señor, el líder de Esquerra Republicana, han podido con este avezado valenciano. Como aquel Lázaro, hijo de un molinero ladrón, logró esquivar todas las mezquindades a las que le sometía el perverso ciego, el mismo que más tarde superaría las artimañas y trapacerías del avaro clérigo, José Antonio Blázquez ha puesto a sus pies la esencia de toda una aventura a ninguna parte. En el fondo, lo que ha desvelado es que la piedra angular de todo ese estrepitoso entramado es pura invención. Sus protagonistas han quedado al desnudo al descubrirse que su «estelada» aparece sin historia y, probablemente, como flor de un día.
Si esta desventura tiene tintes de escarnio para Moisés Mas y su colega Aarón Junqueras, la aparición mediática les lleva hasta el ridículo, por obra y gracia de otro español «anónimo» (mayoría silenciosa), en esta ocasión con nombres y apellidos, que ha dejado descompuestos y sin novia a los libertadores de una sociedad cuya razón de ser, quieran o no, radica en esta España de nuestros pecados. Y de nuestras virtudes. Así es la vida.
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