Martín Prieto

El liderazgo es pedagogía

César rompió la tradición democrática de no cruzar el Rubicón con legiones, y acaso por ello la Historia es clemente con la conjura y el puñal de su ahijado Bruto. Gobernar es arriesgarse y tomar decisiones adecuadas, aunque no sean comprendidas por la voluntad popular. Ni siquiera por la partidaria. Demagogia es decirles a las masas lo que quieren oír, y el buen gobierno hacer pedagogía social en procura del sosiego de una suficiente prosperidad. Contra lo que estiman los indoctos, los republicanos tienden al aislacionismo mientras los demócratas son propensos a exportar tropas. Hasta finales de 1941 Roosevelt hubo de enfrentarse a una masiva opinión pública que no quería entrar en la guerra europea en el recuerdo reciente de las matanzas de 1914-1918. El Presidente hizo pedagogía prestando y arrendando destructores a los ingleses, recordando el parentesco entre EE.UU. y el Reino Unido y subrayando el carácter demoníaco del nazismo. De ahí la leyenda de que Roosevelt conocía de antemano el ataque japonés a Pearl Harbour y lo ocultó para arrastrar a sus propios correligionarios pacifistas. Por ende, la guerra global acabaría con la Gran Depresión de 1929. El político no debe aspirar a los aplausos de propios y extraños sino al éxito generalizado de sus cálculos. Las europeas no son unas elecciones sino un «test» proclive a las extravagancias y en las que José María Ruiz-Mateos y un yerno ignoto pueden obtener la mitad de sufragios (más de seiscientos mil) que una agrupación de bolcheviques catódicos que no han leído el siglo XX. Muchos militantes del PP no han dejado de serlo, pero han abstenido el voto en desacuerdo con políticas concretas del partido. No pocos socialistas de los que han visto ilusionados la ascensión de Sánchez provienen de un sindicato de cabreados votantes de la periclitada utopía comunista. Cuando Alfonso Guerra afirmaba que no había nadie a su izquierda, era verdad. Ahora Sánchez no lo sabe y tendrá que enseñar a sus propias tropas.