José María Marco

El (mal) ejemplo de Italia

Italia ha entrado en recesión al contraerse un 0,2% en el segundo trimestre del año, después de haber cedido una décima en los tres primeros meses. El dato es malo para todos. Para los italianos, evidentemente. Para el sur de Europa –incluida Francia–, que parece condenado a chapotear en la ine-ficacia económica. Y para el conjunto de la UE, que ve cómo una de sus principales economías se convierte en un lastre, en vez de contribuir a la mejora general.

Italia lleva sin levantar cabeza desde el año 2000. Hoy en día, su economía tiene exactamente el mismo tamaño que entonces, un hecho agravado por una deuda que alcanzó a finales de 2013 el 133% del PIB, lo que impide cualquier posibilidad de avances. Como siempre se nos compara con los italianos, resulta inevitable sacar una conclusión. En España se han hecho reformas muy importantes en los últimos dos años, mientras que en Italia no se ha cambiado nada. Renzi llegó al poder con un programa reformista grandioso que iba a cumplir en cien días, a lo Bonaparte, y hace poco pidió otros mil para empezar a introducir algún cambio, en particular en el mercado de trabajo y el sistema judicial, que tal como están organizados hacen imposible cualquier inversión.

Por supuesto que Renzi, joven y voluntarioso como es, no es el único responsable de la situación. Como otras culturas mediterráneas, en particular la catalana, la sociedad italiana es infinitamente más cerrada y conservadora que la española y eso, que tiene algunas –pocas– ventajas, presenta también grandes inconvenientes, en particular la alergia a la competencia y la convicción de que las cosas se arreglan solas. También está la evolución del sistema político. Desde finales de los noventa, en Italia no hay derecha ni izquierda. Hay organizaciones políticas que están integradas y defienden el sistema democrático liberal, como el partido de Renzi, y las hay que son ajenas y enemigas del sistema, como los payasos de Beppe Grillo.

Por ahora, Renzi ha sabido convertirse en el gran defensor del sistema a cambio, sin embargo, de paralizar cualquier reforma. El caso francés, que es muy distinto, presenta algún parecido con Italia. No parece seguro, en cualquier caso, que la mejor defensa del sistema democrático liberal sea un inmovilismo tan acendrado. En España, con un gobierno prudente como el de Mariano Rajoy, estamos muy lejos de ese punto. Por eso mismo, tanto el PP como –sobre todo– el PSOE deberían pensar cómo evitar el callejón sin salida italiano.