Alfonso Ussía

El mus

La Razón
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Durante el verano se juega mucho al mus. Me invitan continuamente a hacerlo, ignorando que nada me aburre más que una partida de mus. Lo cierto es que me aburren las cartas y el juego en general, pero el mus fundamentalmente. Al gran Antonio Mingote, que se le ocurrió escribir un formidable opúsculo sobre el mus, le causaba similar tedio que a mí. Una partida de mus sin revancha, se puede digerir. Pero el musista es perseverante en el sopor. Una partida de mus es tan poco interesante como un sorteo de la Lotería Nacional o el acto de imposición de medallas a los campeones de petanca del Parque del Retiro. Más aburrida aún, que una tertulia de escritores o una reunión de artistas plásticos.

Lo peor del mus es su condición de juego vociferante. Sus frases hechas, su ausencia de espíritu renovador. El padre Larramendi, sabio jesuita del siglo XVII es el primero que hace referencia, en sus estudios eusquéricos, al juego del mus, de origen vasco. En las Vascongadas se juega con cuatro reyes y cuatro pitos, y en el resto de España con ocho reyes –el 3 se suma a la más alta realeza–, y ocho pitos –el 2 se equipara al as–, resultando un poco más animado. Con el calor y los ruidos, a los pocos minutos de iniciarse la partida de mus, una persona medianamente normal se siente como el lector que alcanza la página 37 del «Ulises» de Joyce o la 58 del «Lobo Estepario» de Hesse. Profundamente agotado, afligido y con muy menguadas esperanzas depositadas en la humanidad.

También escribió un libro de mus el inolvidable e inolvidado Manu Leguineche, que nació a cuatro pasos del Árbol de Guernica. Es obra más extensa que la de Antonio Mingote, y resulta mucho más interesante y divertida su lectura que su práctica. No todos los eruditos musistas o musolaris están de acuerdo. Don Ramón de la Cruz establece que el mus lo inventó un mercader de uvas, pero don Ramón no leyó al padre Larramendi que se le adelantó en más de un siglo. Y Paco García Pavón, el formidable escritor manchego, padre de Plinio y de don Lotario y autor de los deliciosos «Cuentos Republicanos», me aseguró que el mus se inventó en el Casino de Tomelloso, durante una vendimia de la preguerra. «En el fondo, saber quién inventó el mus es una tontería, y es bueno colaborar en su difusión. En la difusión de la tontería, claro».

El mus es divertido si hay un mirón que no sabe jugar al mus. Entonces es cuando el juego adquiere cierta grandeza desde el estupor que se dibuja en el rostro del mirón. Para mí, que el mejor jugador de mus que ha existido no ha sido otro que Rolf Sobotik, que jugaba en el Hotel Mindanao. Un alemán radicado en España que decidió, con tozudez germana, ser invencible en el mus. Jugaba con su compañero de trabajo en el Dresdner Bank, Cyrus Starphaussen, y se pasaban por la piedra a todos los autóctonos habidos y por haber. Decidieron que los españoles se toman tan en serio el mus, que no conciben el uso y el abuso de las trampas. Y hacían unas trampas tremendas, y nadie ganó a la pareja alemana hasta que sus jubilaciones laborales la separaron de España. Competían sin señas, pero se las hacían con las cajetillas de tabaco, según la posición que adoptaban sobre la mesa. «Qué mal juegan los españoles al mus», decían para agrietar aún más los comentarios y mosqueos patrios. «Hemos ganado más dinero en el mus que trabajando en el Banco». Si aún viven, les envío desde aquí mi abrazo y admiración.

Muy pocas cosas hay en el mundo más aburridas que el mus. «El Bolero de Ravel», la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos, el fútbol de Jesé, la poesía de Gabriel y Galán, el festival de la Eurovisión, los maquis en el cine español, un fin de semana en Hospitalet del Llobregat, y según los expertos, un dormitorio habitado por una pareja en Otawa, donde la única esperanza de diversión se limita a que se caiga o no el edredón al suelo, sin olvidar la larga exposición de un «progre» acerca de la causa palestina.

Me indica el ordenador que he superado con creces las setecientas palabras, lo que me permite, dentro de un orden, poner fin a este artículo que me ha aburrido tanto como una partida de mus.