Alfonso Ussía
El «muyahidin»
A Guardiola le ha crecido en Baviera su aspecto de «muyahidin». Un turbante en la cabeza y podría competir en las apariencias con Khalid Shabaz «Chuhan», el dirigente del islamismo radical afiliado a CiU, colaborador de Artur Mas y experto en el manejo de la ametralladora, según demuestra el diario «El Mundo» con las firmas de Inda y Urreiztieta. Pero Guardiola no merece comparaciones violentas. Se trata de un simple comentario, de una visión sorprendente. Por lo normal, las salchichas y la cerveza acondicionan el cuerpo hacia lo germánico. Partía un emigrante en los años durísimos del éxodo hacia Alemania, y volvía años más tarde en un «Mercedes» y más rubio. Pero a Guardiola le ha sucedido al revés, no en la «possessió» del «Mercedes», que podría adquirir un modelo diferente cada día, sino en la estética, mucho más musulmana que el día que llegó a Munich. Y esa transformación se puede deber a la resignación anímica y la melancolía. Para un mediterráneo que nace, crece y vive ante los azules cobaltos del «Mare Nostrum» y no precisa de sacrificios para sacar adelante a su familia, lo de las salchichas, cansa en demasía. Porque Guardiola no sólo echa de menos la vida de Barcelona, y la luz de la mar, y probablemente la butifarra, sino a Messi, Iniesta y Xabi, que no juegan en el Bayern de Munich. Cuando se crea una manera de competir en el fútbol, con unos futbolistas concretos, es alzada necedad intentar hacer lo mismo con jugadores que en nada se parecen a los de la etapa triunfadora. Y esa sensación de frustración crece, corroe el buen ánimo y las consecuencias son inevitables. Aspecto de «muyahidin».
En el transcurso del varapalo que el Real Madrid regaló al Bayern de Munich en el «Allianz Arena» de la capital de Baviera, a Guardiola le cambió la mirada y le fue sobrando, a medida que pasaban los minutos, la indumentaria occidental. Contemplaba el nada posesivo, pero eficacísimo y grandioso juego del Real Madrid con animadversión creciente. Lo reconoció el pensador iraquí Ahmed Mustafá Al Kheladi: «Veo a un infiel y deseo degollarlo, sí o sí». En España, nación a la que renuncia, Guardiola era tratado con una generosidad unánime. Había un fondo de cursilería en ello. Pero los alemanes son más pragmáticos, directos y duros que los españoles. Ahí están Beckenbauer y Rumennigge poniéndolo a parir por su obsesiva inclinación por la «possessió» que no sirve para nada. En 180 minutos de juego, el Bayern acaparó la «possessió» del balón durante 130 minutos, y el Real Madrid, con apenas cincuenta con la pelota en su poder, le cascó cinco pildorazos, uno en Madrid y cuatro en Munich, ofreciéndole gratuitamente una lección de fútbol, eso tan hermoso y formidable que hizo grande al Bayern de Heinkes. Se comenta por sus círculos cercanos que Guardiola es más «anti» que «pro». Más antimadridista que culé o bayernícola. Esa fijación en la animadversión es la que ha destruido el aparente equilibrio emocional de Guardiola. Guardiola abomina del Real Madrid, y me parece bien por cuanto ha crecido mientras aprendía a odiarlo. Lo entiendo porque a mí me sucede exactamente lo mismo con el «Barça», pero no soy entrenador. No son tirrias curables, sino crecientes. Era niño cuando el Real Madrid ganó su primera Copa de Europa. Tenemos nueve y buscamos la décima alegría. Pero mi mayor gozo futbolístico me lo proporcionó la tanda de penaltis en Sevilla en la final que disputó el «Barça» al Steaua de Bucarest. La vida es así. O Guardiola evoluciona, o Guardiola termina de nuevo en el «Barça», con un Messi que ya no es tan Messi, un Iniesta con breve futuro y un Xabi que ya no existe. Es decir, como en el Bayern. «Possessió» para nada. Y claro, brotan enconos y desafectos y se termina con expresión de «muyahidin».
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