Podemos
El no diálogo de Podemos
Hay algunos sociólogos que están convencidos de que solo las generaciones más jóvenes de españoles se libran del mantra de baja autoestima que sufren los españoles como pueblo. Argumentan que existe una corriente de fatalismo en la que tendemos a compararnos con otros países, siempre en términos negativos.
Mirar hacia Alemania, Suecia o Inglaterra ha sido recurrente en toda argumentación de autocrítica en algunos casos o autocompasión en otros. Da la impresión de que España aun no ha superado la crisis del 98, de 1898. En una situación de crisis institucional y pérdida de poder internacional surgieron los regeneracionistas, un movimiento de intelectuales con Joaquín Costa a la cabeza, que emitía un diagnóstico pesimista sobre el pasado español que siempre terminaba en un sentimiento de nación frustrada.
La solución en Europa, para ellos, estaba en donde podían encontrarse países más ricos, con mejor orden social y auténticos sistemas parlamentarios. Nacieron como denuncia a la decadencia española e intentaron alumbrar un futuro diferente. Sin embargo, lo único que quedó es un sentimiento de inferioridad respecto a otras naciones.
No fueron las cosas mucho mejor en el siglo XX y los 40 años de dictadura franquista, con el retraso económico y social que se produjo, fue el combustible que alimentó una visión pesimista del país.
El sueño seguía siendo Europa y millones de emigrantes económicos empezaron a conocerla. Habían llegado a la Europa septentrional y encontraron lo que les pareció un paraíso social y político frente a una España sumida en el retraso, sin desarrollo de los sistemas de bienestar social y víctima de una dictadura. El complejo frente a los países democráticos y libres siguió aumentando.
Si somos la nación más europeísta de la Unión es porque siempre quisimos ser ellos. Sufrimos cuando nuestros compatriotas cogieron una maleta de cartón y un tren para trabajar en Alemania, Francia o Bélgica, en los puestos de trabajo que nadie quería, éramos de segunda clase.
La consecuencias de la guerra fueron dañinas para todos. Odio entre familias y en el seno de las mismas, hermanos que combatieron en un bando o en otro, a veces por sus ideas, en otras ocasiones por el bando que le había tocado según el lugar en que vivían.
Todos perdieron algo y aunque la pérdida no fue igual para todos, porque después del conflicto hubo exiliados y perseguidos, el resultado fue una sociedad partida y fragmentada y eso tampoco es una victoria para nadie.
Hasta el clandestino Partido Comunista reivindicaba desde 1956 la reconciliación nacional y una solución democrática al problema español. Fue años después cuando el proceso constituyente de 1978 lo hizo posible.
Podemos comenzó sus andaduras prometiendo acabar con “el régimen del 78”, en referencia a la Constitución Española, ahora han vertido duras críticas sobre un video que ha editado el gobierno, en conmemoración del 40 aniversario de la Constitución, en el que ha juntado a dos combatientes en bandos opuestos de la batalla del Ebro que charlan amistosamente.
La actitud podemista solo puede explicarse desde la frivolidad. Hace 40 años los españoles nos dimos cuenta de que era momento de hablar los unos con los otros, de que la revancha y el rencor valen menos que la Paz.
El reconocimiento de los mismos derechos a los que perdieron la guerra que a los que la ganaron es un asunto de Dignidad y Justicia, pero el cierre de heridas es una obligación de toda la sociedad.
Da igual que hablemos de nacionalismos o de la pugna derecha-izquierda, solo cicatrizando el pasado seremos un país con menos complejos, evitando fracturas producidas por posiciones irreconciliables seremos más fuertes como nación.
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