Julián Redondo

El oro de Moscú

El oro de Moscú
El oro de Moscúlarazon

Los chinos invirtieron 26.000 millones de euros en los Juegos de Pekín. El COI miró para otro lado. Los ingleses, 11.500 en los de Londres. La ceremonia inaugural costó 36 millones. El COI se dio por satisfecho y eligió a Tokio para los de 2020 porque la austeridad del proyecto madrileño les asustaba, no dudaban de la capacidad española para organizar unos JJ OO, pero el modelo atentaba contra el elevado nivel de vida de esta clase privilegiada. Lo curioso es que cuando se han enterado (como si no lo supieran) de que Putin ha puesto 38.000 millones para organizar unos de invierno en una ciudad de clima subtropical, la conciencia les ha sobresaltado. Piensan los miembros y miembras de este fastuoso organismo sociopoliticodeportivo que hay que apretarse el cinturón porque cada vez son menos las ciudades que quieren participar en esta carrera de gastos desbocados. Thomas Bach, sucesor de Rogge, intuye que de seguir en esa línea, la gallina de los huevos de oro se puede convertir en un pollo sin cabeza.

Los deportistas, el motor del imperio, importan al COI, que se preocupa por su seguridad y su comodidad. Sin embargo, es el dinero lo que mueve a la población olímpica de uno a otro confín. Y las garantías, que los euros, las libras y los dólares todo lo cubren. Los chinos hicieron llover sobre Pekín y los rusos han almacenado 710.000 metros cúbicos de nieve por si las 450 máquinas que fabrican la artificial topan con el imponderable de las altas temperaturas. Putin ha convertido un balneario en una ciudad olímpica para no ser menos que los qataríes, dispuestos a transformar dátiles en aire acondicionado con tal de organizar en 2022 el mejor mundial de fútbol de la historia en el desierto. España, entre tanto, confía en Javier Fernández y en Queralt Castellet para escuchar el himno. No hay quien dé más.