El desafío independentista
El pañal de Puigdemont
Ya solo le falta llorar como una mujer lo que no supo defender como un hombre para ser un romance de la Reconquista, una leyenda que verán los siglos como los chistes de Lepe, o de belgas, que pasan de generación en generación hasta la risa final. Empiezan a pensar en todas las cancillerías de Europa si el ex president necesita un juez o un psiquiatra. El hombre ridículo ha ido a dar fe de su espantada al Manneken Pis, el niño que mea, con un pañal que le salía por los pantalones y cuyo efecto soltó por la boca: me quedo aquí hasta que me echen no vaya a ser que el Estado represor me meta en la cárcel y me lo haga encima. Todos los españoles hemos tenido ocasión de comprobar lo represora que es España, pero más bien en lo que tiene que ver con el Ministerio de Hacienda. Ha intentado este Tintín de línea oscura ahondar en la leyenda negra en Flandes, donde aún somos el hombre del saco. Karles van Puigdemoent lo bautizó un tuitero poco después de su esa comparecencia antológica, digna de Chiquito de la Calzada, no puedo, no puedo. Anacleto tomó rumbo a Bruselas vía Marsella como si viviera en una película de espías sazonada por Santiago Segura. No quedan palabras en el diccionario para encontrar la expresión justa y no gastada con la que poder nombrar lo indecible. El ex president se ha ido para no dar la cara ante los cientos de miles que ha engañado con sus cómplices de una manera sistemática, argumentada junto a su sanedrín, a sabiendas de que mentía, mientras los que desmontaban los embustes eran tachados de fascistas y antidemocráticos. Quiere internacionalizar el conflicto y lo que va a conseguir es hacer mundial su delirio. Un alien junto a las instituciones europeas, un apestado con una falsa bandera, un traidor a los que creyeron que vivirían en la épica que los desterraría de su aburrimiento burgués. Si había alguna duda de que existía riesgo de fuga ha quedado despejada. Lo democrático sería pedir su detención por huir de la Justicia. Y eso espera. Que ya que ha de pasar ese trago, suceda a los ojos de toda Europa, que tiembla solo con verle. Pobre Bélgica, un nido de burócratas enfrentado a un pirata de halo británico por lo Beatle, un lugar a decir de Luis Llach lleno de «cerdos». Tal vez hoy lo cambiaría por «mejillones». Hay medios que aún se refieren a él como «president». Un «president» en el exilio que avergonzaría a los que de verdad tuvieron en algún momento de la Historia que irse para conservar su vida. Puigdemont es el envés de Tarradellas y con su actitud deja al que fuera Molt Honorable como un pelele sin dignidad. De la fuga de capitales a la fuga de este penoso personaje hay un intento de destrucción maléfico, perfecto para la noche de Halloween. Truco o trato.
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