Toros

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El Rey y los toros

La Razón
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El otro día estuve en Las Ventas, invitado por el embajador Cuenca a una de las corridas más esperadas de la Feria de San Isidro. Luego no salió como se esperaba por culpa de los toros y de los toreros. Los más exigentes no pararon de protestar en toda la tarde, desde antes de empezar la faena. Quiero decir que la plaza estaba caliente y a tope. Sólo aprecié unanimidad en los tres momentos en que los tres matadores brindaron sucesivamente su primer toro al Rey Juan Carlos. La afición subrayó el gesto con aplausos cerrados. El personal agradecía vivamente la presencia de Su Majestad, acompañado de la Infanta Elena, en un momento en que la fiesta de los toros, patrimonio cultural de los españoles, está cuestionada y más amenazada que nunca. Ya se sabe que cuando los tendidos aplauden al toro lo que hacen en realidad es pitar al torero. Y al revés. Pensando en esta contradictoria reciprocidad, me pareció que la ovación al viejo Rey, sin duda sincera, significaba de paso un reproche a su hijo, el joven monarca felizmente reinante y que ha brillado por su ausencia en los tendidos durante toda la feria. Ni siquiera asistió el miércoles, como era tradicional, a la gran corrida de la Beneficiencia. Y se le ha echado en falta. No convencen las razones de agenda ni basta con el quite de su padre y la Infanta a la Corona desde el tendido. Entre la afición, que no puede estar más caliente, cunde la impresión de que don Felipe, con el beneplácito o la incitación de su joven esposa, es más aficionado al fútbol que a los toros y que, en el caso del encarnizado pleito de los toros, se deja querer por los antitaurinos o, lo que parece más probable, prefiere mantenerse neutral. El asunto, en el que entran en juego pasiones desatadas, no es menor, ni el compromiso pequeño. La Fiesta viene de lejos y tiene un fuerte arraigo en el pueblo. Fuera es una de nuestras señas culturales y turísticas de identidad. No va a resultar fácil ilegalizarla. Y mientras sea legal y reconocida, el Jefe del Estado es el primer obligado a respetar y cumplir la legalidad. Nadie le obliga a emocionarse ante el arte y la belleza de la corrida, como hace su padre, el viejo Rey. Pero tampoco desentenderse de una costumbre tan enraizada en España. Se da además el caso de que los que más repudian esta fiesta, cierran plazas y la prohíben en sus dominios son los mismos que odian la bandera constitucional, pitan al Rey y al himno nacional en los estadios y pugnan por romper con España. Todo está unido. Esa es la realidad, que no debería desconocerse en La Zarzuela.