Alfonso Ussía

El tenis es verde

Todos los años, cuando mayo llega, Manuel Vicent escribe su artículo antitaurino. Y a finales de junio, siguiendo su ejemplo, yo intento cumplir con Wimbledon, donde el tenis es verde. Se trata de fijaciones que no admiten la excusa del olvido. Mis primeras imágenes de Wimbledon son en blanco y negro, y ahí permanecen, intactas. Veo a Manolo Santana venciendo en la gran final a Denis Ralston, un norteamericano educadísimo. Al final, la imagen que dio la vuelta al mundo. Manolo besando la mano a la princesa Marina de Kent cuando recibió la copa que jamás se llevan los campeones. En Wimbledon el tenis es verde y los tenistas visten a la antigua, de blanco. No se han dejado vencer por las marcas de ropa deportiva. Los españoles nos equivocamos mucho en ese aspecto. Del tenis salto al fútbol. En la noche del viernes seguí el partido que disputaron las selecciones de Brasil e Italia. Una uniformidad estética, con mucho gusto la de cariocas e italianos. En España, el encargado de aprobar la ropa que les sugiere su marca –creo que Adidas– podría optar al más alto galardón de la horterez mundial. Del fútbol vuelvo al tenis. En Wimbledon está perfectamente medido todo lo que sea promocional, excepto el propio Wimbledon. Y el tenis, que es mucho más antipático desde que no se juega de blanco, retorna a sus orígenes de señorío cuando se compite sobre hierba. Un público insuperable, infinitamente más educado que el francés, el americano y el australiano del resto de los «Grand Slam». Y es lógico, por cuanto el tenis es inglés, como todo lo que permanece sin dejarse llevar por cambios innecesarios. Insisto en mi descubrimiento. El público de la pista central de Wimbledon, el que ocupa las tres primeras filas con los asientos numerados del 3 al 57, son muertos. Cuando Wimbledon finaliza, retornan a sus tumbas hasta que el siguiente junio se presente y puedan hacer valer sus derechos de abonados. La señora que se sienta en la segunda fila y viste de rosa fucsia, lady Julia Morton-Snowden, falleció en 1955. Ignoro la causa de su fallecimiento, y aplaudo su respetuoso sentido de la tradición. En la edición que comienza hoy, lady Julia ocupará su localidad de siempre, y aplaudirá cuando haya que aplaudir, y mantendrá las estrictas normas de la buena educación que distingue a este público de Londres de otro público, cercano y advenedizo. Los tenistas británicos llevan sin ganar en Wimbledon desde que Sir Francis Drake nos robó a los españoles el último cargamento de oro y plata proveniente de América, y no por ello los aficionados ingleses están contrariados. En el tenis, cuando es verde, y los tenistas van de blanco, se aplaude y celebra todo lo que se hace bien, y se silencian los errores de los deportistas.

Este año, una vez más, los españoles tenemos depositadas nuestras mayores esperanzas en Rafael Nadal, que es doble campeón de Wimbledon. Rafael, que es un señor fuera de la pista, dentro de ella brilla aún más vestido de blanco, porque tampoco elige excesivamente bien su vestuario deportivo para otras competiciones. En el fondo, lo que Wimbledon consigue es hacer recordar a los tenistas de todas las épocas los orígenes del tenis, sus normas, la exigencia de un comportamiento digno y sereno, y en resumen, la síntesis de lo que el deporte significa en todo su esplendor.

Como siempre lloverá algún día. Como siempre, el duque de Kent, antes de entregar la gran Copa hablará con los recogepelotas. Ojalá sea Rafael el que la reciba. Si no es así, ganará el mejor, como tiene que ser en un lugar serio y decente, con lady Julia emocionada por su nuevo Wimbledon resucitado.