Pedro Narváez

El tío del bigote

Joan Tardà acostumbra a animar los plenos del Congreso con números de circo, dicho esto sin ofender al noble arte de la carpa y de los payasos. Su última actuación sonora fue la del bufón que sirve de antidepresivo al Rey. Aquellas pancartas que rezaban «keep calm» simulaban estandartes de la Corte en la que el diputado se pasea y de la que el diputado cobra. Los soberanos los dejaban actuar hasta que un noble les cortaba la cabeza por su impertinencia. La Audiencia Nacional bien podría hacer las veces de justiciero y tener en cuenta las voces que le piden encausarle por enaltecimiento del terrorismo, si es que no queremos tomarnos a chiste que este señor asistiera con la realeza de Batasuna a rendir pleitesía a Otegi, el heredero exiliado en las mazmorras del Reino, que bien visto ya mejora su situación anterior de vida en la cloaca. A Tardà le gustaría que los presos anduvieran sueltos, pero olvida que una de las labores del Estado es protegernos de la basura, y Otegi es un símbolo de la putrefacción moral del siglo XXI, en el que los delincuentes son héroes y los trincones mandan sobre los que se levantan a las seis de la mañana a acariciar el pan, lo único que pueden untar. Ya ni el myolastán les puede ayudar a lamerse las heridas sin peligro. Si no fuera por su botera magnitud, Tardà se parecería al decimonónico señor que ilustraba el legendario linimento Sloan, mas conocido como «el tío del bigote», que, como el propio Tardà, es ya un remedio de otra época, aunque el político aspire a empatizar con los jóvenes, tan ridículo como una abuela rockera con mostacho. Vale tronco, si usted se unió a los que querían convertir a Arnaldo Otegi en Nelson Mandela y aplicar el «apartheid» a las víctimas, debería responder por ello ya que los inocentes no pueden susurrar más que al oído de los justos. Y Tardà, además de no creer en el más allá, debe ser sordo perdido.