Andalucía
El turista y su taxonomía
De entre las especies animales que pueblan el planeta hay una que se ha multiplicado de modo exponencial en los últimos lustros. El turista pertenece a una familia taxonómica que ha evolucionado del bípedo homínido al «trípedo» o incluso al cuadrúpedo (cuando van apoyados de esos simpáticos bastones de esquí sobre el asfalto) si es que no han alcanzado el modo levitante cuando observan los 25 grados en enero o padecen jubilosos los 45 en julio. Tienen los turistas un modo de proceder levemente más silencioso que el de los especímenes aborígenes y desconfían del agua del grifo para contento de las empresas embotelladoras de agua de seltz o de fragancias de salvado de avena. Nadie duda a estas alturas que el turismo se ha convertido en el nuevo monocultivo de Andalucía y, para cuidarlo, los próceres se las ingenian para arrancar sin que se note los árboles de las ciudades –¿pues no quería usted sol?– y en habilitar las fuentes públicas en zonas de baño para el paseante. A eso se limita el muestrario de ocurrencias de los gestores de la república, que con tanto regocijo han debido de recibir la noticia del Eurostat que sitúa a Andalucía como la sexta región europea con mayor número de pernoctaciones de visitantes comunitarios en 2015. Por encima se encuentran, por orden descendente, Canarias, Île de France (o sea, París), Cataluña, el Adriático croata, Baleares y el Véneto. Ahí es nada. Que sirva como anotación que, lejos de menguar, las visitas foráneas no dejan de incrementarse mes tras mes. Quepa como motivo de brindis si vuelven a descubrirnos las próximas tomatinas, sanfermines y nuevos gitanos del Sacromonte.
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