Alfonso Ussía

El viejo «Ajax»

Soy canófilo y gatófobo. Lo siento. No me gustan los gatos. Ahí discrepo de mi compadre Antonio Burgos, que en eso de los gatos es como Pilar Rahola. Tuve un labrador negro, al que puse por nombre «Sem» en honor de Gustavo Adolfo y Valeriano Bécker, que con ese seudónimo, trazo y rima, destacaron en su vertiente satírica. A «Sem» le encantaba la música clásica, romántica o barroca, el folclore del norte argentino y las baladas francesas de los años sesenta y setenta, así como los Coros del Ejército Soviético. No era muy partidario del flamenco. Soltaba un ladrido, me miraba con ansias de compasión y movía el rabo de alegría cuando el cantaor dejaba de llorar por un motivo que no se entendía. Un perro antipático es insoportable, pero en su mayoría son portadores de una nobleza e inteligencia que ya quisieran poseer muchos humanos. Tuve un amigo que era el más ligón de Occidente. Y le pidió a otro que le prestara un precioso molino que tenía en la provincia de Segovia para pasar el fin de semana con una mujer de aúpa. En el molino tenía un cocker, que cuidaba su encargado. Llegó mi amigo con su espectáculo femenino y todo fue bien hasta que el ligón intentó meterse en la cama donde ella aguardaba impaciente. El cócker ocupaba su sitio y gruñía amenazador sobre el lecho. A ella le empezó a dar la risa. En la mesilla había un teléfono, y el amante frustrado llamó al propietario del molino y del cocker. «Tu perro no me deja entrar en la cama»; «dile que se ponga»; «Intenta morderme»; «acércale lentamente el auricular a una de las orejas». Así lo hizo, y el dueño que estaba en Barcelona le ordenó al perro segoviano: «¡Gus, al suelo!». Y Gus dejó la cama, se sentó en el suelo y el ligón se introdujo entre las sábanas. Pero ella le había perdido el respeto y dio gatillazo.

El Rey ha recibido en audiencia privada al viejo «Ajax», el pastor alemán condecorado por haber evitado una masacre hace tres años en Mallorca. Los etarras habían asesinado a dos guardias civiles, y querían más sangre, quizá para recibir una mayor cantidad de dinero de los noruegos. Una bomba en los bajos de un coche que podía haberse llevado la vida de decenas de personas. «Ajax», que sirvió al Rey durante seis años y al Presidente del Gobierno posteriormente, detectó el explosivo y se evitó la bestialidad terrorista. El Rey lo recibió con su adiestrador, el sargento Albarces, que también le debe al pastor alemán la naturalidad de seguir viviendo. «Ajax» es mayor y se ha jubilado. Sus años corresponden a los de un humano octogenario, y vive plácidamente su melancolía del desaparecer. El Rey es un gran amante de los perros. Junto a su mesa de despacho, al menos hace unos años, le acompañaba un pastor alemán arrogante y discretísimo, que observaba con confiada superioridad a los visitantes del Rey. Además de bien educado, era un perro prudente, porque oyó durante años todos los secretos de la política y la sociedad. A mí, que el Rey reciba a un héroe canino me parece de perlas. Ya quisieran muchos de los recibidos por el Rey en su despacho –incluido el que escribe– tener más méritos que «Ajax», más nobleza que «Ajax» y la misma educación que «Ajax». El Rey le sujetó cariñosamente los morros y le habló como se hace con los perros. Con toda naturalidad. Y «Ajax» le respondió que era un perro de la Guardia Civil y que se había limitado a cumplir con su deber. Eso, la historia de un perro bueno que da gusto narrarla.