Luis Suárez
En memoria de Pemán
La noticia de las injurias a José María Pemán me han producido un profundo sufrimiento, ya que demuestran que los verdugos encargados de ejecutarlas están sumidos en la más profunda ignorancia en relación con el significado y la influencia moral que este gran poeta trató de ejercer en tiempos de profunda crisis para la vida española. También es el autor de un breve ensayo sobre la Historia de España que no es trabajo de investigación sino de reflexión y amor hacia lo que él consideraba más valioso, el ser de España. Desde luego no se detenía en posibles errores cometidos, como sucede en todas las comunidades humanas, sino de adentrarse en aquello que a los historiadores nos gusta destacar: los servicios prestados por nuestra nación a la cultura universal, especialmente a América que es hoy un conjunto de naciones y no la polvorienta herencia de un sistema colonial. En esto debió de acercarse al pensamiento de Rubén Darío, un americano que, en tiempos duros, el 98, acercaba un ramo de rosas a aquella Patria de donde todos salieran.
Pues bien Pemán, en 1933, cuando la II República se debatía entre formas políticas que se enfrentaban, lo mismo que ahora, en vez de prestarse recíproca colaboración en la solución que a todos atañen, lanzó una obra de teatro, El divino impaciente en donde se retrataba a si mismo en estos magníficos versos: «Sé en mi voluntad poner todo el peso y el poder con que se aploma y se agarra en mis breñas de Navarra mi castillo de Javier». Y el éxito de público en aquellos momentos, causó enorme sorpresa. El personaje escogido como protagonista, San Francisco, pertenecía curiosamente a una familia exiliada en Francia porque era partidaria de los Albret. Pero prescindiendo de este detalle, lo que Pemán recogía y el público con sus aplausos confirmaba era otra cosa: el signo esencial de la Compañía de Jesús en aquellos tiempos especialmente duros era llevar al mundo ese amor profundo que san Ignacio descubriera subiendo por las cuestas de Montserrat. España era precisamente eso: de las ramas de un árbol político donde anidan los odios, se mostraba capaz de descubrir lo que el amor y la fraternidad significan. Incluso en lugares tan ignotos como la India o Japon. En su ensayo, breve, sobre la Historia de España, aparece todo esto explicado.
Llamar a Pemán fascista y asesino es el mayor disparate que puede cometerse. Él era exactamente lo contrario. Intentó decirlo en ese delicado «Poema de la Bestia y el Ángel». Para él la Bestia del Apocalipsis venía a coincidir con los totalitarismos que se manifestaban en sus dos formas extremas, y el Ángel la esperanza puesta en el amor de Dios, en quien depositaba fuertemente su fe. Pienso que los que hace unos días procedieron a la ejecución de su estatua estaban tratando de demostrar que eran verdaderos partidarios de la Bestia, a la que dan la razón. Pero los mensajes de Pemán, uno de los mejores oradores del siglo XX iban siempre orientados en la búsqueda y consecución de la paz. En 1936 asumió la dirección de la Academia Española, que había sido suspendida en sus funciones por la República, que no podía admitir ese calificativo denigrante de Real. Y, en esto si acertaban. Pemán puede definirse como monárquico. Durante cierto tiempo ostentó la presidencia del Consejo del conde de Barcelona, en el que figuraban personalidades de diferentes opciones políticas.
Entre las obras destacadas de Pemán figura esa comedia «Cuando las Cortes de Cádiz» que alcanzó un éxito de público tan amplio como el «Divino Impaciente». En ella el personaje central no es un individuo sino una nación que se debatía en medio de una guerra de invasión que en ciertos aspectos era también una contienda civil. Frente a los cañones de Bonaparte que son una especie de invisible trasfondo en la representación, aparecen las opciones políticas que coinciden en un punto: defensa de la libertad, que la Revolución francesa hiciera pasar por la guillotina confiando después al Corso su imposible restauración. Pues bien, como explica Peman en otro lugar no podemos olvidar que el término «liberal» nace precisamente en esas Cortes. El error grave de Fernando VII al rechazarlas había empujado a España a una cadena de guerras civiles, la última de las cuales se estaba entonces viviendo.
Pemán, sin advertirlo probablemente, iba a convertirse en uno de los ejes esenciales de la que ahora llamamos transición, la cual no comenzó en 1975 como se nos pretende hacer creer sino en 1959 cuando se tomó la decisión de encaminar los pasos hacia la Monarquía, pues sólo ella podía presentarse como lazo de unión entre los sectores políticos enfrentados. Y Pemán, que dado su alto relieve intelectual, tenía que ser recibido por Franco, actuó con calma y cautela para evitar errores. Con profundo pesar hubo de aceptar que aquel a quien llamaba Juan III no llegara a ceñir la Corona, pero mostró hacia su hijo la misma lealtad y fortaleza; a fin de cuentas lo importante era la Monarquía y no la persona que la encarnase.
Y aquí está el mensaje final en su obra, que he venido siguiendo, porque en una edición reciente se me encargó escribir algunas páginas preliminares. La Monarquía cuenta con tres dimensiones –ay de nosotros si las perdemos– que son: a) una forma de Estado en que rey y reino intercambia juramento de obediencia a las leyes; b) una separación entre la autoridad que nos dice lo que debemos hacer; y el poder al que es necesario recurrir para castigar a quienes las incumplen; y, c) respeto hacia las diversas propuestas politicas sin someterse a ningún partido. Esto es lo que las personas que compartían estos pensamientos, lograron consolidar en 1976 gracias a la reinstauración de la Monarquía que no era un retorno a 1931.
Hoy se silencia o se ataca a quienes trabajaron eficazmente en esta línea. Pero no lo olvidemos; si triunfan los rupturistas debemos prepararnos para ese retorno, como hoy Grecia y otros muchos países están sufriendo. Leer a Peman nos puede llevar a un despertar en las ideas. No olvidemos que él pudo figurar en la lista de los asesinados si la suerte no le hubiera acompañado en Jerez. «Pero, vamos, deja ya; sube a la grupa gitana y vamos a la Feria de Jerez. Feria de Jerez, rumbo y elegancia de esta raza vieja que gasta diez duros en vino y almejas vendiendo una cosa que no vale tres». Con estos versos acabo mi exposición.
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