Carlos Rodríguez Braun
Enganches de Ronda
He tenido la suerte de ver varias veces la Corrida Goyesca de Ronda, espectáculo taurino particularmente brillante en una de las plazas más bellas, antiguas y monumentales del mundo. Pero este año pude presenciar también, y por primera vez, el Concurso-Exhibición de Enganches, que celebró su cuadragésima edición, dirigido por el Real Club de Enganches de Andalucía, y organizado por el Ayuntamiento de la ciudad y la Real Maestranza de Caballería de Ronda, propietaria de la plaza, inaugurada en 1785.
Conviene no perdérselo, porque, en un número máximo de veinticinco, pueden contemplarse auténticas joyas. Por la mañana, los carruajes y sus caballos permanecen estacionados en la calle Virgen de la Paz, donde son ávidamente inspeccionados y fotografiados por un público abundante y entusiasta, que además puede departir con sus propietarios, cocheros, lacayos y pasajeros, todos ataviados a la usanza de la época, y maravillarse ante el conjunto de cada carruaje, donde hasta el mínimo detalle es cuidado con esmero.
Antes del mediodía, entran a la plaza y van realizando los movimientos obligatorios: círculos, cambio de mano, paso, trotes, y parada y paso atrás, prueba esta última que exige destreza, especialmente en el caso de los enganches con forma de tándem, trídem y cinco a la larga, que me parecieron sumamente elegantes. La apoteosis final es el extraordinario carrusel, con todos los coches circulando a la vez en el histórico coso.
La Real Maestranza de Caballería de Ronda, creada en 1573 como escuela militar de caballería, hoy equitación, continúa con esa labor hoy en día, como escuela de doma clásica reconocida, uno de cuyos alumnos acaba de obtener un diploma olímpico en Río de Janeiro. Cuenta con una excelente biblioteca y archivo que pone a disposición de los investigadores. Mantiene su patrimonio histórico, bibliográfico y artístico, y lo difunde a visitantes y en la red: www. rmcr.org.
Reitero, por fin, mi recomendación para asistir a toda la Goyesca, no sólo a la tradicional corrida de toros, y señalo dos aspectos adicionales que llamaron mi atención. Uno fue la cantidad de catalanes que exhibieron sus carruajes. En tiempos como los actuales, de exacerbación nacionalista, sorprende que haya tanta tradición de enganches en Cataluña, pero eso se debe a que, precisamente haciéndoles el juego a los separatistas, creemos que no hay Cataluña más allá de quienes rechazan a España. Y no es verdad en ningún caso, ni siquiera en este, que entronca con una tradición de honda raigambre andaluza.
También quiero subrayar otro aspecto notable, y que chirría con los prejuicios. Los carruajes, los enganches, y por supuesto los caballos, están asociados a la aristocracia. Pues bien, en viva prueba de la movilidad social de nuestro país, la práctica totalidad de los que admiré en Ronda, refulgentes en sus heráldicas y guarniciones, no son ya propiedad de los nobles que originalmente los adquirieron, sino que han pasado a manos de profesionales, empresarios y demás integrantes de la llamada clase media, que los exhiben con orgullo. Y con razón.
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