Julián Redondo

Enseñar la patita

Ancelotti no ha escurrido el bulto al juzgar el fútbol de su equipo antes del sábado: «Peor no se puede jugar». No culpó al empedrado, ni al Barcelona ni al árbitro ni a quienes diseñan el calendario de Liga ni a Platini ni a Blatter ni a Villar ni a Tebas ni al lucero del alba. Asumió el problema y acto seguido lo corrigió. Contra el Málaga no jugó el Madrid ni el partido del siglo ni siquiera del mes; mejoró con respecto a los anteriores. Tampoco era tan difícil.

Martino digirió el empate en Pamplona sin necesidad de recurrir al bicarbonato y su única queja, una vez asumido que en el fútbol caben tres resultados (1 X 2), aludió de refilón al colegiado por la leña que recibe Neymar... Colijo que si Cesc hubiese materializado alguna de las tres o cuatro claras ocasiones que disfrutó en el segundo tiempo, Tata habría mantenido el discurso. Lo de exigir protección para las figuras es recurso añejo, sobre todo entre los poderosos, celosos guardianes de sus talentos. El resto, el que las pasa canutas para llegar a fin de mes, implora justicia divina porque la humana no reconforta tras el hecho consumado, verbigracia: aquellas entradas de Peña a Valerón, de Míchel Salgado a Juninho o de Figo a César Jiménez que tuvieron su origen en el campo y terminaron en el patio de vecinos. Sin más.

En este deporte de contacto hay que proteger por encima de todo al futbolista, incluso de los propios futbolistas. Pero no quería escribir sobre eso sino del clásico, de si Martino o Ancelotti enseñarán la patita, como Guardiola cuando perdió, o la pata entera, como cuando Mourinho se estrelló con sus planteamientos. La respuesta, el sábado a eso de las ocho de la tarde.