Francisco Rodríguez Adrados

Estos otros griegos

La Razón
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M e he pasado la vida estudiando a los antiguos griegos –a los modernos a veces también– y recorriendo Grecia por lo menos una vez al año, la última esta Semana Santa, la primera hace muchas docenas de años, permitan que lo deje así. A los antiguos los amaba en sus victorias y en sus múltiples guerras, también las del espíritu, con sus derrotas y su sobrevivir a romanos y turcos y a todos. Fueron, la verdad, nuestro modelo, modelo universal.

Los griegos modernos me dejaban que comentara con ellos su atormentada historia. Yo era, en Grecia, un griego más: miembro de su Academia, perorador en ceremonias bellas y nostálgicas. En Delfos, en Ítaca, en Atenas, en Kalamata. Hace dos años, en la Academia de Atenas, ante el arzobispo de la ciudad y el presidente de la República. Este mismo, en nuestra Embajada en Atenas, en amistosa reunión de ellos y nosotros, convocada por nuestro Embajador.

Y ahora resulta que «los griegos» no son aquellos que poetizaban y filosofaban desde Homero hasta ahora, nuestros modelos en la lengua, la poesía, la arquitectura, el pensamiento, lo demás.

Son esos otros que cultivan la trampa y se enfadan si no se la aceptan, hasta derrotan a los socialistas y ocupan el Gobierno, hasta son imitados como creadores del futuro, sus imitadores de aquí dicen que también ellos pueden (cosa dudosa, por fortuna). Aquí en «La Razón» escribí ya sobre ellos. Repetían, decía yo, el papel de los revolucionarios rusos de 1905 seguidos por los de 1917, Stalin y demás. Lógica evolución, que terminó en el propio Stalin y su gran derrota.

Quizá nadie quiera repetir esto, esperamos que se imponga la fuerza de los hechos, de la verdad. Y luego: los desastres de la historia son una lección que nadie aprende, se repiten. No creo que los de Podemos añoren a Stalin, pero los guía una lógica implacable. Sobre todo, si nadie los para. Ya ven, han hundido al socialismo griego –que seguro que se lo ganó a pulso–, yo los oía vociferar en Omonia, para nada. Como en España el socialismo en los años 30 apostó por el desastre y la guerra –yo era ya un testigo– y parece que Pedro Sánchez sigue la misma línea suicida. La gente no aprende. ¿Por qué se envenenan de ese modo?

Uno se maravilla de cómo se repiten las insensateces y no se explica cómo las naciones europeas no se han unido para prohibir simplemente movimientos como ése. Igual que se ha prohibido el nazismo. Y ello por prudencia elemental.

Y, con todo, hay que tratar de comprender cómo esa insensatez surgió, cómo sigue adelante. Porque es claro que en España el 24 de mayo demostró que hay un 50%, digamos, de la población que quiere simplemente romper con lo que hay –nuestras naciones y culturas–; es algo muy grave. Es ir de lo imperfecto a lo muchísimo peor. No lo ven. Son movimientos que, ya se ve, existen. ¿Movidos por ciegos? ¿O por interesados? Que existen es un hecho.

Hemos pasado de aquéllos a estos griegos. Dicen que España no es Grecia, tienen razón sin duda. Pero tampoco esta Grecia era previsible mirando desde aquella otra.

Bueno, ésta es una cara del problema. Pero hay otra.

Rajoy, que es inteligente y tranquilo (algo muy difícil), insiste una y otra vez en que él salvó la economía de España, hundida por Zapatero. Creo que es verdad, aunque este último no se ha enterado, sigue con su cara de niño bueno, de «aquí no ha pasado nada». Y resulta que la inteligencia no basta para ganar: Rajoy perdió primero dos elecciones, le regaló otra a Zapatero con su insensatez y perdió él solo la del pasado mayo.

Muchos de los suyos se quedaron en casa o se pasaron a Ciudadanos (un PP pero menos). Yo le voté, pese a todo. Y ya ven lo que pasó.

Los hombres de inteligencia en línea recta no ven las múltiples caras que tienen las cosas. La recuperación económica era como el anverso de una hoja que también tenía un reverso: el daño a la pequeña economía de la gente. Esto parece que Rajoy no fue capaz de verlo. Y no fue esto lo peor: lo peor fue la mala fe con que la izquierda, del PSOE a Podemos, lo aprovechó, distorsionando, exagerando, mintiendo. Como en el asunto de la corrupción: exageraban la del PP, silenciaban la propia. Y el pueblo, en una cierta medida, picó.

Me gusta ser honesto. Había una base de verdad –que no era culpa de Rajoy, sino de la dureza de los tiempos–. Todos la sufrimos, yo no tanto en mí como en el magno proyecto del Diccionario Griego-Español (vuelvo, ya ven, a los griegos). Sin duda alguna es la mayor empresa a escala mundial en este campo y el griego (antiguo) es, culturalmente hablando, la más importante de las lenguas del mundo, a su lado no es nada el inglés. Pero yo (que por lo demás trabajo gratis) no por ello fui a votar contra Rajoy, le voté. Aunque este asunto nos tiene casi hundidos. Otros piensan y actúan de otra manera.

No me pregunten cuál habría sido la solución, no soy ni economista ni político. Pero no mencionar las cosas siquiera era insensato, flojear en el aborto y otras cosas no era, sin duda, la solución, más bien lo contrario.

La verdad, Rajoy es un político para ciertas situaciones, menos para otras. Pero un político está también para situaciones como ésta. Y me parece que no tenemos grandes políticos para ellas: alguien a la altura de las circunstancias.

Para mayor desgracia tenemos una oposición cerril que con mala fe atribuye al rival todos los infortunios que vienen de la naturaleza misma de las cosas. Debería ser honesta y separar los hechos naturales de la malicia y hasta de la incompetencia. Esto hay que decírselo sobre todo al Partido Socialista, que debería aspirar a gobernar en una situación más o menos normal, no al lado de esos que dicen que podemos (ya lo veremos). No son extraterrestres para ponerse por montera cúmulos de falsedades y hasta de hechos naturales, que son como son.

Educar al pueblo, no engañarlo; esto es lo que habría que hacer. No jugar con la verdad para una supuesta ventaja propia. A los socialistas les ha salido fatal mil veces, pero siguen.

Y vuelvo a mi tema. Sorpresas de la historia: la aparición de estos nuevos supuestos griegos. Para desgracia de todos, hasta de ellos mismos.