Enrique Miguel Rodríguez
Fiesta Nacional
La celebración de la Fiesta Nacional de este año me ha parecido muy bien; incluso me parece poco lo gastado. En años anteriores parecía que se hacía con cierto temor, como no queriendo molestar, en plan cutre. Una Nación, y más de las que ocupa un lugar máximo en la historia y que está en el grupo de primera división, tiene que tener para la celebración de su día nacional unos actos brillantes, que el pueblo vea que pertenece a una comunidad que puede crear ilusiones y bienestar para la mayoría. Para todo en la vida hay que crear algo de magia, de espectáculo. Para venderte un perfume te ofrecen un anuncio lleno de belleza y glamour, igualmente para un coche, incluso para una manzana, una clínica o un medicamento. Estas llamadas de atención hay que hacerlas bien, por tanto, con el dinero suficiente, para que un desfile no parezca el de una representación de una ópera, hecha por una compañía barata, donde dos soldados dan corriendo la vuelta al escenario varios minutos. El tiempo se portó mejor que se esperaba; la llegada de los Reyes con la Guardia Real, siempre impresionante; todas las autoridades del Estado en estado de revista; incluso por primera vez me veo obligado a elogiar a la alcaldesa de Madrid por hacer lo que corresponde. Se podría decir que a un acto de mañana no se va de negro, pero estaba correcta y simpática, sin montar ningún número, como habría gustado a algunos de sus concejales. Faltaron tres, tres presidentes, tres: Cataluña, Navarra y País Vasco, tres puntos cardinales de una geografía de sol y de sangre, que dijo el poeta. No por esperado es menos incomprensible. ¿En estos más de 500 años de España, no se han sentido partícipes de nada los pueblos que representan? ¿Han vivivido en una burbuja aparte? Es posible que piensen como los comunistas «and company», que la historia de España y la universal se reduce a un gran genocidio.
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