José Antonio Álvarez Gundín

Fraude y cursos de formación

Al caer sobre Duran Lleida todas las iras vindicativas, como si fuera una de las brujas de Salem o un justiciable de la Inquisición, el «caso Pallerols» está destinado a extiguirse en pavesas después de haber inflamado las tertulias con edictos de mucho ejemplo y moralidad. De paso, su resplandor habrá iluminado la sonrisa etrusca de los políticos que aguardaban el crepitar del fuego para calentar sus ambiciones o enderezar la mirada bisoja. Pero del asunto de fondo, de la leña que ha alimentado la hoguera, nadie ha hablado ni nadie hablará porque de hacerlo, todos chamuscados. Me refiero a los cursos de formación, a ese artefacto de supuestas propiedades milagrosas que durante décadas ha engullido miles de millones de euros, en gran parte procedentes de Bruselas, con el pretexto de ayudar a los parados a encontrar trabajo.

El propósito no era corto, pero era mayor la tentación de echarse al bolsillo un dinero que fluía puntualmente sin que nadie pidiera cuentas o exigiera resultados. Así se gestó una práctica habitual de corrupción y de financiación ilegal a la que no ha renunciado casi ningún partido político, sindicato, patronal o asociación profesional. El pastel ha dado para casi todos, sobre todo para los esforzados sindicalistas, que pusieron tanto ardor en formar a los parados para reintegralos al mercado laboral que en ocho años pasamos de dos millones y medio a casi seis millones de desempleados. Eficacia ante todo. Sobre las formas de desviar el dinero se urdió un completo compendio de picaresca que sonrojaría al Lazarillo. La pillería más frecuente era la falsificación de firmas de los asistentes, que naturalmente no asistían porque no existían. Otros trucos consistían en alterar las fechas o en crear listas con parados sin su conocimiento. Pero el más hiriente era el curso que duraba sólo media hora: los inscritos eran despachados con la advertencia de que, una vez cumplimentado el trámite legal, el curso no servía para nada. Si posteriormente algún inspector, por una rara casualidad, preguntaba a qué tanta brevedad, la respuesta era que los participantes habían encontrado trabajo de inmediato. Sobre la desfachatez, la humillación. Y así ha girado la noria desde principios de los años 90, con una legión de buróctratas aplicados a sacar tajada para sus partidos, sindicatos o asociaciones. El «caso Pallerols» es sólo una brasa de una gigantesca hoguera en la que se han incinerado miles de millones de euros que estaban destinados a algo mucho más honorable y necesario: abrir ventanas a quien se le habían cerrado las puertas del trabajo. Pero descuiden, de esto ningún político hablará, sólo de Duran Lleida y de lo bien que ardería en la pira.