José Luis Requero

Género de contrabando

La Razón
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Si las mentiras tienen éxito es por el componente de verdad que encierran. Algo parecido ocurre con ciertas tendencias, modas o movimientos sociales que prenden porque tienen un componente de acierto pese al inquietante mensaje que encierran. Por ejemplo lo que se han dado en llamar las plataformas «antidesahucios» tienen éxito cuando la crisis priva a más personas de lo habitual de algo tan elemental como la vivienda. Esto podrá motivar –y sigo con el ejemplo– reformas legales puntuales favorecedoras de inquilinos morosos o deudores hipotecarios especialmente vulnerables. Pero ahí debe quedar la iniciativa porque cosa distinta es que la necesaria solución de un problema social concreto se aproveche para introducir mercancía ideológica de contrabando.

Sigo con el ejemplo de los desahucios –en los que incluyo a los deudores hipotecarios– porque la simple expresión de plataformas o de iniciativas «antidesahucios» o la noticia de que tal alcalde se entrevista con los jueces para discutir iniciativas «antidesahucios», ya implica entrar en un juego ideológico mediante el prefijo «anti». Habrá que recordar que los desahucios o las ejecuciones hipotecarias son legales –perdón por la perogrullada– y necesarios –de nuevo perdón– porque forman parte de una relación contractual y tan digno de protección es el acreedor y arrendador como el inquilino o deudor hipotecario. Lo ideológico salta cuando un problema social se aprovecha ladinamente para cuestionar la propiedad o el respeto hacia lo pactado como elementos de un orden jurídico y social que se repudia.

Cambio de tercio, pero no de argumento porque la defensa miope de la igualdad puede dar lugar a que cierta mercancía ideológica se cuele también de contrabando. Hace dos sábados se celebró en Madrid el día del Orgullo Gay, un asunto –el de los homosexuales y sus derechos– que es un paradigma de cómo el objetivo de instaurar un dogma ideológico, aprovecha el deseo general de que una persona homosexual no sea discriminada en aspectos en los que la tendencia homosexual es indiferente.

Este año ese día ha coincidido con dos hechos destacables: los pronunciamientos de los Tribunales Supremos norteamericano y mejicano declarando la constitucionalidad de los «matrimonios» homosexuales; unas sentencias –dicho sea de paso– cargadas de los tópicos propios de un asunto en el que, por mucho que se machaque, poco tiene que ver la igualdad como derecho lesionado por la sencilla razón que si hay una institución que por naturaleza se basa en una diferencia –la sexual– esa es el matrimonio.

Al margen de lo jurídico, semanas antes la alcaldesa de Madrid manifestó su intención de equiparar ese día con las fiestas de San Isidro, propósito que es, quizá, el más sincero, el que mejor muestra el estado de la cuestión. Con el cariz que está tomando el movimiento gay y el alcance de las leyes que se van promulgando, lleva razón la alcaldesa en esa equiparación con una fiesta religiosa: es la fiesta de una neoreligión. O más descarnadamente, va camino de ser la única fiesta ideológica conocida, la de una ideología erigida en dogma de fe que se quiere imponer planetariamente: la ideología de género.

Parte del postulado de que no hay hombres ni mujeres, sino personas que eligen su género, y aparte de casarse –que no es poco–, postulan la homologación de un modelo de neofamilia, lo que exige facilitar la adopción, las técnicas de reproducción humana asistida o los «vientres de alquiler». Y como rige el dogma de la bondad de la tendencia homosexual, se exige su enseñanza en la escuela y –lo veremos– el castigo a los que discrepen de esa ideología o enseñen que sólo es matrimonio el heterosexual; éste es el debate que se acaba de abrir en Estados Unidos a raíz de la sentencia.

Y una nota para incautos. No es una reivindicación más, por planetaria que sea, sino una neoreligión concretada en esa ideología de género que impone su particular concepción de la persona. Esto va generando un ambiente que poco a poco va adquiriendo aires de catacumba y que los defensores de la concepción natural de persona, matrimonio o familia, llevemos camino de ser calificados como disidentes, con lo que supone esa palabra en un ambiente que empieza a apuntar maneras totalitarias.