Alfonso Ussía
Gran pucherazo
Se puede intentar un pucherazo con un medido número de personas con acceso al puchero. Lo de la CUP ha sido un brillante alarde de dominio de los dirigentes sobre sus militantes. Entre 3.030 sujetos con derecho a voto siempre se dan cambios en la intención, deserciones, sobornos o simples equivocaciones. Conseguir que 1.015 voten a favor de cobijar a Mas y otros 1.015, en contra del cobijo demuestra que el poder de los dirigentes con aspecto de no haber utilizado jamás un desodorante es absoluto. La promesa del voto nada tiene que ver con la seguridad del voto. Que se lo pregunten a la nube que custodia el alma de don Álvaro de Figueroa, conde de Romanones, cuando obtuvo la promesa de voto de dos tercios de los miembros de la Real Academia Española. Se celebraba la sesión electora y don Álvaro envió a la sede de la calle Felipe IV a su secretario. Timbreó el teléfono de su mesa de despacho y Romanones respondió: -¿Qué ha pasado?-. –Malas noticias, señor conde. No ha sido elegido-; -¡Cuántos votos he tenido?-; -ninguno, señor conde-; -¡Joder, vaya tropa!-.
Ahora me pregunto qué va a hacer Mas después de tan enloquecida humillación. Y me respondo que se va a tragar el sapo con una salsa de caracoles. El objetivo de Mas no es la independencia de Cataluña, sino su supervivencia, amparada en la inmunidad parlamentaria. Mas necesita ser el Presidente de la Generalidad de Cataluña para retrasar al máximo su comparecencia ante la Justicia. Está con el agua al cuello, y ya no le afecta el protagonismo del ridículo. Los de la CUP le han concedido una prórroga hasta el 2 de enero. Y lógicamente, Mas la ha aceptado con reverencias y zalemas de gratitud infinita. Es un títere necesitado de una cobertura legal que le permita la prescripción de muchas de sus responsabilidades. –De acuerdo, Artur. Te apoyamos en la sesión de investidura si sales a pasear por la Diagonal desnudo y tan sólo cubierto por un tanga «estrellado». Y ahí lo tendrán, Diagonal arriba, Diagonal abajo, con su precioso tanga «estrellado» cumpliendo con la dignidad institucional de su anhelo. Y cumplida la misión, le dirán los de la CUP. –Disculpa, Artur, pero un futuro Presidente de la Generalidad no puede hacer un ridículo como el tuyo en la Diagonal. Reuniremos de nuevo a nuestra militancia para votar. En esta ocasión a 3.400 militantes-. Y Mas, enviando al lugar a su secretario. El móvil se enciende. -¿Qué ha pasado?; otro empate, señor Mas. Han votado a favor 1.700 y en contra 1.700. Lo siento. Mala suerte-. – Ofrezco mi sufrimiento por Cataluña-.
Este personaje patético, que meses atrás concitaba el desprecio de la mayoría de los españoles –y Cataluña es España–, ha conseguido con su actitud botarate volcar los desafectos hacia la misericordia. Del «traidor de Mas» hemos pasado al «pobre Mas», que dentro de lo que cabe es más correcto. Se está convirtiendo en el prototipo de un personaje literario de novela poco vendida. Acompañaba en cierta ocasión a un novelista muy orgulloso de su dominio del idioma y su imaginación para la novela, por la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión del paseo de Recoletos, que ignoro en este momento si continúa llamándose así. Descubrió en una estantería el lomo de su mejor novela, y la compró para dedicármela. No le costó gran cosa. El problema vino más tarde, mientras sentados en la terraza del Restaurante «El Espejo», abrió el libro por sus primeras páginas para adornarlo con su dedicatoria. Pero estaba dedicado previamente, y a persona muy singular. Se leía: «A mi querida madre, con el amor filial de su hijo». Y debajo de la firma, «gracias por haberme ayudado tanto, Mamá». No sollozó en mi hombro porque no se lo ofrecí, pero a un paso estuvo de ello. Mamá vendió el libro.
Si al final de esta farsa, Mas termina siendo definitivamente humillado por los energúmenos anti-sistema, anti-capitalistas y anti-españoles, es de esperar que recupere la dignidad que nunca tuvo y se enfrente a su horizonte penal con la gallardía, al menos, de un héroe de guerra monegasco. Porque le va a venir una detrás de otra, y ahí está sembrado el patriotismo catalán de Mas. Más en el terror al banquillo que en el gozo de la «estrellada», que nunca fue su bandera.
Lo que no admite discusión es el dominio para la tortura de los dirigentes de la CUP. Conseguir ese empate es de chinos, y ya se sabe que en lenguaje coloquial los chinos son siempre valorados y elevados en el sentir popular por la dificultad que entrañan sus proyectos y negocios. Pero yo le rogaría, en nombre de mi bisabuela catalana –que David Fernández no tuvo–, que dejen de humillar y maltratar a este pobre hombre, del que se decía en sus tiempos de íntimo colaborador de Pujol que «servía el café y atendía a los invitados en San Jaime, con enorme diligencia y mayor corrección».