José Antonio Álvarez Gundín

Hamas contra Gaza

La Policía israelí ha tardado 48 horas en identificar y detener a los autores del abominable asesinato de Mohamed Abu Jadair, un joven palestino de 16 años al que unos fanáticos judíos quemaron vivo. Nadie duda, ni en Israel ni en Europa o EE UU, que los culpables serán juzgados y condenados de acuerdo a las leyes de un Estado de Derecho. No puede decirse lo mismo de la Policía palestina ni del Gobierno de Hamas en Gaza. No han movido un sólo dedo para identificar y detener a los criminales que secuestraron y asesinaron a tres jóvenes colonos judíos, hace ya casi un mes. La respuesta de los gobernantes ante barbaries como estas identifica la clase de régimen político que alimentan: si es democrático o autoritario, si la ley es igual para todos o predomina la arbitrariedad y si sus habitantes son ciudadanos o súbditos. Israel pertenece a los primeros y la calidad de su democracia no es menor que la española o la británica. En Gaza, sin embargo, los palestinos no son un pueblo de ciudadanos libres e iguales, sino meros escudos humanos a merced de los dirigentes islamistas, que los manejan como a rehenes y como carne de cañón. Cuando estallan, como ahora, las hostilidades entre Tel Aviv y Ramala quienes llevan todas las de perder y padecen los mayores sufrimientos son los palestinos porque sus mandatarios sacrifican su seguridad y su bienestar a cebar la espiral del martirio. Si los miles de millones de euros que recibe de las teocracias islámicas los empleara Hamas en mejorar la miserable vida de los palestinos en vez de destinarlos a doblegar voluntades, Gaza no sería hoy un gigantesco campo de refugiados condenados a una lenta agonía y en el que la disidencia se paga muy caro. Los verdugos reales de Palestina no son los israelíes, sino sus propios dirigentes fanatizados que han hecho del terror la forma de gobernar.