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¡Hasta siempre, Nacho!

La Razón
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A este lado del Atlántico, me llega en mañana dominical la noticia de la muerte de Ignacio Moreno Blond. Como si un conjuro incontrolable actuara sobre mí, se me han llenado los ojos y hasta el olfato de remembranzas de adolescencia. Nacho era, a la sazón, subdirector de «Informe Semanal» que, seguramente, es, con los telediarios, el programa decano de la televisión española, pero para mí era un antiguo compañero del bachillerato de letras. En aquellos primeros años setenta, las ciencias habían ido ganando adeptos –decían que tenían muchas más salidas– y a letras sólo se apuntaban los locos que amaban el mundo clásico o los que pensaban que el latín y el griego serían más fáciles que las matemáticas y la física y química. Yo pertenecía al primer grupo y siempre recordaré aquellos años como algunos de los más profundamente dichosos de mi existencia; Nacho era de los segundos. Seguramente por eso, durante dos cursos anduvimos muy cerca. Su gran amigo era Mateos, que acabó siendo controlador aéreo y del que no sé nada desde hace cuatro décadas. Yo resultaba más socorrido por eso del latín. En quinto, el padre Gregorio nos tenía sometidos a una disciplina que, comparativamente hablando, hubiera hecho parecer una nenaza al Rey sargento y Nacho me solicitaba a menudo ayuda para traducir. Seguramente, no había otra porque el férreo escolapio me calificaba con un diez, otorgaba un cinco a otro par de alumnos y suspendía al resto sin pestañear. De hecho, un tercio de la clase se llevaba un cero. Nacho quería pasar de curso y me preguntaba casi con angustia por los vericuetos de César y Cicerón. Se enfrentaba con las frases como el que se encuentra con una serpiente de cascabel y sabe que o la domina o lo mata. Por mérito propio, consiguió aprobar en junio aunque sudando lo indecible. Terminamos juntos el bachillerato y luego volvimos a vernos en algunas ocasiones en la cena estival que lleva organizando desde 1975 Juanjo Migueláñez. Siempre que lo veía, me recordaba aquel adolescente movido y angustiado por las estructuras latinas. El tiempo nos fue distanciando aunque, ocasionalmente, supiera de su trayectoria profesional. Se casó, tenía dos hijas y sufrió las injusticias del sistema tributario. Ahora la muerte se lo ha llevado, al parecer, con trágica rapidez. He visto su foto y allí estaba el mismo quinceañero que yo recordaba, aunque su cabello rubio era ya totalmente blanco. Fue un tiempo cargado de más esperanzas e ilusiones. Hasta siempre.