Restringido
Historicidad y conciencia humana
El problema de conciencia es profundo, tanto por su propia densidad como por la multiplicidad de enfoques que ha sufrido desde todas las perspectivas de las ciencias humanas, según puede apreciarse en la obra de Henry Ey, «La conscience» (París, 1963), sobre todo leyendo la versión española escrita por mi ilustre compañero de carrera universitaria en Valencia Bartolomé Garcés (Madrid, Gredos, 1967).
La conciencia se constituye entre inmanencia y trascendencia; datos inmediatos y reflexión. Por supuesto la conciencia remite a la realidad, de modo que en los actos de conciencia el mundo se hace patente a los seres humanos, pues las cosas no se hacen manifiestas por el simple hecho de existir. Para adquirir noticia es imprescindible efectuar un acto mental consciente que va desde el lenguaje hasta los modos más elevados de la reflexión espiritual. Cada comunidad tiene una conciencia histórica que se manifiesta en tres funciones: dialéctica entre tradición y libertad; aceptación de la verdad del pasado; racionalidad de todas cuantas estructuras han sido creadas, no como algo indiferente sino que concierne a los hombres en lo que éstos tienen de esencial. Así pues, la conciencia ni es una máquina fotográfica que todo lo capta, ni un instrumento de observación imparcial, ni un espejo que refleje el mundo en que se vive, sino una representación del mundo que varía, a tenor de la persona, la situación de su experiencia epocal y las circunstancias concurrentes en su momento espiritual e intelectual.
De manera que la experiencia de cada sujeto histórico queda enmarcada, filtrada, empapada por una óptica cultural, social, política, religiosa, económica del entorno, donde están depositadas las creencias y valores más profundos, lo cual sí supone –de ahí la constante búsqueda por el hombre de significados– que la mente humana –la intimidad– aprehende de la realidad desde su mismidad biológica, biográfica e histórica, antes de filtrarlo y transmitirlo mediante la conciencia a la alteridad.
La idea moderna de conciencia surge en la literatura judeo-cristiana lentamente en la cultura occidental. Nadie puede aludir la conciencia sin referirse a un vivido, es decir, a una experiencia del sujeto que la vive; aunque es evidente que la subjetividad no es una propiedad simple y absoluta de la conciencia, aunque siempre sujeta a las leyes de la objetividad que constituye.
Todas las operaciones del ser humano están dotadas de un «coeficiente de conciencia», bien sea experimentado, adaptándose a la realidad, reflexionando como sistema personal, o como libre determinación para conocimiento de sus propios fines, de su personalidad y de su voluntad. Como puede advertirse, todas convienen al ser histórico en cuanto a las relaciones con la vida, la experiencia, la intencionalidad, la acción, la decisión, tanto en el orden de la personalidad individual cuanto de la colectiva. La conciencia aparece en el eje del ser psíquico, espiritual y de la acción política, social, económica y cultural, porque la temporalidad del ser humano es la estructura interna de la conciencia de la percepción del tiempo, en función de sus relaciones con la razón. En relación con la conciencia, el inconsciente se revela como una contra-realidad, cuyo ser sólo puede captarse en cuanto modalidad del ser consciente, una relación de continente a contenido, sin reciprocidad en el espacio, sino como relación en la estructura misma del ser consciente. Entendamos, en consecuencia, el inconsciente como el reverso del ser consciente; aquello contra lo que el ser consciente se organiza y se construye; el negativo del orden representado por la organización del ser psíquico.
Afirmemos en el sentido analítico científico deductivo-inductivo de la Historia su estrecho vínculo con la realidad y la intimidad y establézcase que la preocupación básica del historiador es comprender la realidad del hombre en la flecha veloz del tiempo.
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