Carlos Rodríguez Braun
Hitler y la corrección política
Hace un tiempo se escandalizó la Prensa porque Hitler había aparecido en los años 30 en la portada de «ABC». Más revuelo hubo cuando se publicó la foto de la actual reina de Inglaterra, de niña, haciendo el saludo fascista. ¡La malvada derecha no criticaba a los nazis!
Se trataba de una gran mentira: los que admiraban al nazismo entonces eran muchos, en la izquierda también. La revista «Time» nombró en 2015 «person of the year» a la canciller Angela Merkel. ¿A qué otro ciudadano alemán cree usted que otorgó tan importante galardón en 1938? Pues sí, efectivamente, a Adolf Hitler.
Grandes basuras de la humanidad han sido saludadas por la opinión pública, los políticos, los intelectuales y los medios de comunicación. Hoy nos parece incuestionable que Stalin, por decirlo suavemente, no fue un socialista ejemplar. Pero eso no era lo que pensaban Pablo Neruda o Rafael Alberti, que le dedicaron emocionados poemas cuando los comunistas de Stalin asesinaban a millones de trabajadores. Lo mismo sucedió en otros países, donde Stalin fue admirado hasta la década de 1950. Sin ir más lejos, ¿a quién cree usted que nombró la revista «Time» «hombre del año» nada menos que en dos oportunidades, en 1939 y 1942? Pues sí, efectivamente, a Joseph Stalin, uno de los más grandes criminales que ha dado el comunismo.
Volvamos a los nazis y a los años anteriores al final de la Segunda Guerra Mundial. Cuando Hayek publicó «Camino de servidumbre» en 1944, con su famosa dedicatoria «a los socialistas de todos los partidos», denunció algo que hoy nos parece increíble. Constató que las políticas económicas de Hitler, contra el cual los aliados estaban aún combatiendo, habían sido elogiadas en todo el mundo, incluido el Reino Unido. El intervencionismo de Franklin Roosevelt fue aplaudido por Mussolini, que también era una figura muy apreciada antes de la guerra, por su antiliberalismo, y que calificó a Roosevelt como «un verdadero fascista». Y lo más destacado del comunismo y el nazismo no son sus diferencias sino sus coincidencias, como lo prueba Luciano Pellicani en su libro «Los dos rostros del totalitarismo» (http://goo.gl/Ugff21; cf. también «Fascismo y progresismo» en Panfletos Liberales III).
Cuando vemos hoy a fascistas encantados con el populismo de Podemos, estamos asistiendo a un nuevo acto de esa tragedia antiliberal, que se repite por la comprensible resistencia de la corrección política a reconocer que Hitler es, mire usted por dónde, uno de los suyos. El siniestro líder nazi ponía todo el énfasis en lo colectivo, lo público, lo social («volk»), abominaba del capitalismo, despreciaba el liberalismo y el mercado, y aplicó medidas para limitar el beneficio de las empresas. Por cierto, cuando los políticos de Podemos hoy se rebajan el sueldo por el bien del pueblo, conviene recordar que Hitler renunció a él (Richard Grunberger, «A social history of the Third Reich», Londres: Weidenfeld and Nicolson, 1971, págs. 84-85).
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